miércoles, 12 de abril de 2017

Un martes cualquiera

Incienso y oscuridad.

Desde escasos dos metros, la pureza de la Encarnación me contempla mientras rezo, pidiéndole un año más que vaya todo bien. En mi mano siento el calor de una mano pequeña, que imita mis gestos sin saber exactamente que es lo que imita. 

Cierro los ojos y el perfume me rodea, huele a primavera. Abro los ojos de nuevo y me derrito como la cera que muere junto a su cara, sacrificándose por darle la luz que no le hace falta. De pronto un golpe seco, salgo del trance y vuelvo a sentir la ropa ajustada al cuerpo.