martes, 30 de septiembre de 2014

El beso

Aquella tarde la playa tenía un aire diferente. La cercanía del invierno le daba un aspecto muy distinto al que recordaban. Las olas, casi rodeadas de penumbra ya, besaban dulcemente a la arena que les daba la bienvenida, en silencio, sin prisas, entre blancos reflejos de espuma.

El sol, cansado y sin fuerzas, iba a morir tras la gran duna, a su derecha. Ambos miraban fijamente ese momento en el que la última luz dejaba preñado el instante de mágicos tonos rosados, violáceos y anaranjados. Como espolvoreado de azúcar, el cielo se impregnaba de color, de los últimos suspiros de un rey que dejaba su mundo sin más aspiración que entregarlo a su inalcanzable amada, un blanco lucero que esperaba su turno frente a él.

Sobre unos almohadones, frente al mar, acurrucaban sus cuerpos el uno junto al otro. El frío de la noche empezaba a dejarse notar, y una manta les servía de fiel escudo contra la incomodidad del invierno cercano. Sentados, confortándose, unidos, cogidos por el alma. Ella apoyaba su cabeza en el hombro cómodo y anhelado de él, que también se recostaba sobre ella abandonándose, dulce y placenteramente, a su aroma.

Las manos de ellas jugaban, ausentes y sinceras, sobre el cálido y suave brazo de él, mientras cerraba los ojos y moría entre palabra y palabra que él iba pronunciando. Le contaba una historia, ella no tenía claro si la sacaba de su memoria o de su imaginación, pero no quería que parase por nada del mundo. Cada latido que la mantenían con vida era la respuesta a cada una de esas palabras, a cada respiración de él, a cada latido del corazón que tenía tan cerca de su oído.

De pronto se vio sobresaltada por algo que él le decía. No sabía muy bien que es lo que fue. Quizá fuera el tono de su voz, quizá  un pequeño cambio en la suavidad de su piel, pero algo le hizo levantar la cabeza y, al mirarlo, se encontró con su mirada de lleno. Y su sonrisa, tan sincera y cercana abarcándolo todo.

En ese mismo momento el mar paró su eterno vaivén, su baile con la tierra. La luz besó por última vez el punto más alto de la duna y el aire deseó detener su huida y mirarlos por un segundo. Él se inclinó levemente y sin saber cómo sus labios tocaron los de ella, en un beso lento y suave. Se fundieron al instante, y comprendieron que volvían a ser lo que alguna vez fueron, una sola alma.

jueves, 18 de septiembre de 2014

El fruto oscuro

Con las manos encalladas en el vaso miraba distraído aquella viciosa botella. Esa botella que tanto había significado en su vida los últimos años. Tantos días, tantas horas de amor desenfrenado. Tantas confidencias. Tantos sueños en ella derramados y de ella bebidos.

Esa botella había sido su única amante, su fiel compañera, su mejor amiga, la única. A ella podía contarle cualquier cosa, la necesitaba igual que ella a él. Ambos bebían el uno del otro, dándose muerte en un rejoneo eterno, escondido para los demás.

Las horas de oscuridad eran el reino donde se perdían, sin rumbo, juntos. Fieles entre sí. Ajenos al resto del mundo que se encontraba fuera de ese cuento. Ajenos al mundo irreal, lejos de la realidad de su historia.

La amaba tan profundamente como podía haberse amado a él mismo en el pasado. Ahora sólo existía su sabor, ni siquiera ya tenía fe en sí mismo, sólo creía en su mano aferrada al fruto del vientre de ella, ese fruto amargo y oscuro que lo recorría tan ardientemente en cada abrazo. Cada beso era un sorbo de olvido que ansiaba. Cada sorbo era un beso de esperanza consumida.

Ni siquiera el recuerdo fugaz de una hija que lo amaba era capaz de despejarle la falsa sensación de plenitud. Ni siquiera su otra amante, la de carne y sentimientos, la que lo amaba de verdad, lograba hacerle olvidar los encuentros de pasión en aquellas horas de oscuridad, ni lograba apartar de él esa necesidad de dejarse llevar de aquella manera tan desconsolada.

Con ella a su lado era capaz de cualquier cosa, de enfrentar cualquier problema, de volar. Capaz de vencer. Vencer. Sin ella, no era más que una sombra de lo que un día creyó llegar a ser. Un espíritu ennegrecido y oxidado, olvidado por el tiempo, roto.

Si hubiera mirado a través de los ojos de los que le contemplaban hubiera visto una caricatura de hombre. Un simple esquema de la mínima expresión de la dignidad. Hubiera visto la decadencia, la sinrazón, la destrucción. Si hubiera sido capaz de comprender lo que los demás se afanaban en hacerle ver, se hubiera encontrado descuartizado, inutilizado, desgarrado. Hubiera sentido el hedor del fracaso que lo inundaba todo en él, fresco y nauseabundo, su propio olor.

Se hubiera visto a sí mismo, sólo a él, moribundo...

sábado, 13 de septiembre de 2014

Doce estrellas

Cuando le contaron la leyenda ella era muy joven, demasiado tal vez. No era supersticiosa, nunca lo había sido, y nunca más lo sería, pero aquella historia le produjo un escalofrío.

La recibió bajo una luna llena, clara, pura y limpia: "Si una noche cuentas doce estrellas, y durante las once siguientes vas contando una menos por noche, en aquella que cuentas sólo una estrella, soñarás con el amor, puro y verdadero, de tu vida. Deben ser doce noches consecutivas, sin saltar ninguna. Si se pierde una sola noche, y no se puede contar, se debe comenzar desde el principio."

Como la niña que era empezó la cuenta mágica en ese mismo momento. Con su carita levantada y una determinación que la acompañaría después durante años, fue eligiendo, una a una, las doce estrellas más brillantes del firmamento que dominaba, y allí mismo comenzó a soñar. Hasta tres veces llegó hasta nueve, y tres veces tuvo que comenzar la cuenta de nuevo. Otras veces llegaba hasta seis, o incluso una vez consiguió alcanzar la cifra de tres estrellas.

A veces, la mayoría, olvidaba simplemente contar. Otras veces las estrellas se escondían de sus ojos, como jugando con ella. No se dejaban ver detrás de jirones de vaporosas gasas de nubes, negras e impenetrables.

Pero, con la ilusión y la curiosidad por capa, no cejó en su empeño, y siempre volvía a comenzar su peculiar camino. Siempre dispuesta, siempre expectante, ilusionada.

La noche que todo acabó, o mejor dicho comenzó, llegó tres meses después de haber iniciado la aventura. La recuerda cada día, se sintió liberada, completa, feliz. Había logrado cumplir con la leyenda, había completado el ritual, la magia estaba hecha. Una sola estrella en su casillero.

Al principio, cuando despertó, no tenía muy claro que es lo que había pasado. Se pasó la mano por la frente y recordó cada una de las noches que había dedicado a contar luceros. Mirando al techo no podía salir del trance, ¿cómo era posible? Ella había cumplido con la parte del trato, pero esa era la parte real, la posible. Lo siguiente era impensable. No sabía cómo, pero el acuerdo se había cumplido.

Primero lo vio pasar con su pelo claro y rizado. No le había visto bien la cara, y ella tuvo que acercarse y tomarlo por el brazo. Al volverlo hacia sí misma contempló una cara regordeta, de mofletes sonrosados y ojos vivaces, inocentes, profundos y pequeños. Al principio no lo reconoció. Luego, sin tiempo para más, todo volvió a quedar negro alrededor.

Después de un rato despierta volvió a recordar al muchacho, era de su barrio, lo había visto un par de veces pero no había reparado en él ninguna de las dos. Era un chico introvertido, tan distinto a lo que ella era.

Se apoderó de su cuerpo una extraña mezcla de incredulidad y alegría y, en ese mismo instante, decidió que quería conocerlo por encima de cualquier otra cosa. Durante la siguiente semana hizo todo lo posible por acercarse a su entorno, hasta que una tarde por fin se hablaron. Ella era una chica muy extrovertida, por lo que él se vio intimidado al principio, aunque ambos sintieron un extraño sentimiento de vacío la primera vez que cruzaron sus miradas.

Desde aquel momento se les veía siempre juntos, mano con mano, con los ojos siempre reflejados en los del otro. No era algo físico, notaban una atracción primitiva, sin química, pero influyente y adictiva, interna.

Durante los siguientes meses se dedicaron a profundizar cada uno en el alma del otro, a conocerse, a necesitarse. Se acercaron tanto que algo se fusionó entre ellos, y una parte del interior de cada uno fue a parar dentro del otro.

La fuerza de la unión fue tal que les sobrecogió y los envolvió. Y, a pesar de todo, nunca se produjo la chispa del beso, ninguno de los dos se atrevió a asumir tal responsabilidad.

Esa responsabilidad pesaba demasiado, ella no fue capaz de soportarla y, casi sin pensar, se separaron. Ella contó, ella soñó , ella buscó su sueño..., y lo abandonó.

Aunque permanecieron pegados alma con alma, los caminos se separaron, los corazones de ambos se llenaron de otros amores, sueños, ilusiones y esperanzas. Cada cierto tiempo se cruzaban y era como si nada hubiera cambiado. Complicidad, confianza, miradas..., y esa falta de un beso que lo sellara finalmente todo, que los volvía a distanciar.

Pero siempre al caer la noche y brillar las estrellas, las mismas que ella eligió y contó, la conexión de sus entrañas resplandece, y los acerca estén donde estén. Se sienten, como si fueran uno solo. Como dos almas gemelas que han acabado por encontrase. Se buscan, se encuentran. Se viven. Se sueñan. Se sostienen. Se vuelven a perder.

Ella siempre lo busca. Él se deja encontrar, pero no alcanzar. Ambos saben lo que los separa, ambos sienten esa responsabilidad. Ambos necesitan ese beso que lo complete todo. Ese beso que los separa. Ese beso que no se atreven a dar...

viernes, 5 de septiembre de 2014

Lady Halcón

Ella había sido siempre una luchadora. Desde pequeña su fuerza la había hecho destacar. Era sobre todo corazón, espíritu de superación. Su arrojo en la vida era a veces confundido con altanería.

Cuando llegó la noticia la recibió como todas las demás. Fue tan inesperado, tan real. Normalmente es así. Para la mayoría el mundo se desploma, desaparece el suelo y  los pies se afanan en conseguir un apoyo que ya es imposible. Pero ella no era como la mayoría, nunca lo había sido.

La fuerza de las palabras es indudable. No se tiene conciencia de algo hasta que no se le asocia un nombre, hasta que no se "apalabra". Hay palabras que representan todo un mundo de sensaciones como "felicidad" o "amor". Hay otras sencillas, casi imperceptibles, que nos ayudan en el día a día. Y hay palabras tan potentes que, por el solo hecho de nombrarlas, destruyen una vida en cuestión de segundos. Y de éstas últimas, hay una que destaca por su crueldad y voracidad.

Cuando el médico que tenía enfrente rajó su realidad, un leve mareo le hizo cerrar momentáneamente los ojos. En ese mismo instante su valentía decidió por ella misma y, lejos de caer, ideó una estrategia ganadora ante la batalla que ya se aproximaba.

Lo primero fue la necesidad de proteger a su familia. Nadie sabría nada del infierno hasta que hubiera pasado. Sólo su marido estaría al tanto, y su hermana, pero ella fue más por necesidad, al fin y al cabo no sabía lo que debía afrontar en esas sesiones de tratamiento y, seguramente, necesitaría un poco de apoyo.

Cada día, cuando amanecía, se convertía en un bello halcón de plumas sedosas, blancas y brillantes. Volaba tan alto como podía. Se dejaba ver y admirar, nadie descubría su secreto. De noche el halcón desaparecía y ella volvía a ser una mujer sacudida, fuerte y decidida, pero marcada con una señal en el pecho. Una señal tan dura de asumir...

Su valor, coraje y ansia de vivir jugaron de su lado. Lady halcón ganó el partido, sin pérdidas, sin nada dejado atrás. Sin nada que lamentar. Pero algo quedó dentro de ella. Un recuerdo amargo.

Aún hoy le cuesta hablar y pocos son los que conocen su historia.  Mientras, el halcón sobrevuela su mundo como símbolo de vida.  La vida que triunfó en ella.