jueves, 28 de agosto de 2014

A la musa

A nadie importó más que a ti los primeros pasos, confusos, dubitativos, sencillos.

A nadie preocupó más que a ti la ausencia, los días, meses y años de falta de inspiración. De poca escritura, de falta de ideas, de desierto.

A nada debe más que a tu dedicación el nacimiento de lo que hoy es este caminante. Aquella noche de juegos literarios, tres palabras, diez minutos, y rienda suelta a la imaginación. ¿Qué sería hoy este diario sin aquellos diez minutos?, ¿sin aquel asesino bebedor de Legendario que quería visitar Sevilla?

A navegar, en los lagos de locura y fantasía de los que bebe mi ego, aprendimos casi de la mano. Yo escribiendo, tú imaginando. Yo guiando el barco, tú dejándote transportar a donde yo iba. Patrón y marinero. Escritor y musa.

A nacer, a morir, a volar, a caer. A sentir y vivir, llorar, respirar y caminar. A escribir. A todo eso me obliga tu sola presencia con cada historia, con cada nueva vida. Con cada palabra.

A narrar con pasión cada ilusión. A contar para ti las vidas de otros. A desgranar cada sentido, cada sensación, cada rastro fugaz de cada estrella que cruzase el firmamento. A contar, a eso me comprometí cuando se acercaba tu partida. Y cuando no te fuiste ya el compromiso se había adueñado de mí.

A nadie, en definitiva, le debe tanto este caminante. Porque tú eres parte de él, como yo, y sin ti, musa, ni una sola página más podría ser germinada en este diario.

domingo, 24 de agosto de 2014

El cementerio

Normalmente la gente, la gente normal, no quiere ni oír hablar de ellos. Los relacionan con muerte, dolor y miedo. Y no se les puede culpar por ello, al fin y al cabo un cementerio es lo que es.

Pero, para ella, eran algo muy distinto. Aún recordaba aquel 1 de enero. En el pueblo todos disfrutaban de vacaciones y por ese motivo aquel día tuvo que ir a abrirle las puertas el alcalde en persona. Es lo que tienen la vida y la muerte, nunca preguntan, siempre deciden por ellas mismas.

Con su amor por bandera, y el recuerdo aún fresco en las entrañas, se adentró en el camposanto con una pequeña pala en una mano y los restos de la que había sido su centro desde que lo recordara en la otra. Había sido para ella todo lo que ahora ella era: bondad, amor, cariño, dedicación, entrega...

La acompañaba en el último viaje, el más temido, pero la sensación de paz que la envolvía era indescriptible. Se había ido, eso era inevitable, pero sabiendo cuanto la había querido y, sobre todo, cuanto la seguiría queriendo.

Buscó un buen lugar, soleado, visible desde todos los puntos desde los que se mirara. Quería asegurarse que todos pudieran ver su legado, su mensaje. Cuando ya tuvo claro el sitio escarbó con su pala lo suficiente para que agarrara el rosal que iba a plantar en su memoria.

Miró hacia atrás y comprobó que no estaba sola, su familia seguía allí con ella, todos juntos, como siempre. Respiró profundamente y abonó el pequeño rosal con la esencia del ser amado, con el último recuerdo material de lo que una vez somos. Descansaría para siempre aquí, dando vida a una de las más bellas flores jamás creadas. Eso la hacía sentir extrañamente serena.

De lo más hondo de su corazón sacó la foto. Dos manos entrelazadas sobre una sabana de hospital, en el borde del camino, donde ya empiezan a borrarse las huellas de lo andado. Dos manos, una joven, la otra anciana, ambas dándose el mutuo consuelo, ambas transmitiendo amor eterno. Dos manos abrazadas a un único corazón que ya no soportaba más peso.

Colgó la foto del rosal y, casi sin que nadie lo notara sonrió. Una leve brisa sopló en ese momento y tras las manos unos versos se entreveían:

"Amada y querida prenda 
yo mucho celebraré
que al recibo de estas letras
me seas fiel en el querer
[...] "

Esos versos que ella había aprendido a fuerza de escucharselos recitar y que la acompañarían para siempre junto al amor encerrado en esas dos manos entrelazadas.

Para ella los cementerios eran algo muy distinto. Ella los veía como guardianes del amor que aún sentía, como bellos lugares de encuentro con recuerdos, sentimientos y esperanzas. Desde aquel día todos los cementerios le recordaban a aquel, en Badajoz, y en cualquiera en el que se encontrara iba en busca de aquellas dos manos entrelazadas a un solo corazón que protegían aquellos versos que tanto recordaba.

jueves, 21 de agosto de 2014

Razón aquí

Se busca lector impaciente, insaciable y voraz.

Se busca lector con sed de palabra, de fantasía y realidad según convenga. Con intención de satisfacer necesidades tempranas o tardías de amor, de aventura o de amistad. Que sepa soñar, vivir y llorar.

Se busca lector con ganas de encontrarse. Atrevido, valiente y capaz de dejarse llevar.

Se ofrece pasión, corazón y humildad literaria. Rosas para ser tomadas al instante.

Te busco a ti.

Razón aquí.

martes, 19 de agosto de 2014

La maestra

Como cada día llegó temprano. Le gustaba entrar rodeada de silencio, en calma. Soltaba su bolso sobre la mesa y, sin prisa, se disponía a disfrutar de los únicos instantes de tranquilidad que sabía que tendría durante la jornada.

Cerraba los ojos, respiraba despacio. Se permitía dejar la mente en blanco, sin pensar en nada. Se imaginaba su cabeza vacía. Sólo existía su respiración, pausada y rítmica. Llenaba los pulmones, aire dentro, los vaciaba, aire fuera. Así a cada movimiento, simple y sencillo, su concentración iba en aumento.

En este estado empezaba a repasar todos sus nombres, y los relacionaba con cada carita. Hacerlo era su rutina preferida, siempre lo había hecho así. A ellos les gustaba que recordara sus nombres, se les notaba en los ojos. A ella no había cosa que la hiciera más feliz que verles la cara iluminarse poco a poco. Cada día se ponía frente a sus pupitres desiertos y se los imaginaba sentados, mirándola. Pasaba lista en su cabeza, así tenía frescos siempre esos nombres, año tras año, curso a curso. Siempre los recordaba.

Una de las cosas que más ilusión le producía era guardar todo lo que esos niños hacían. Era su pasión, su colección. Trabajos, dibujos, notas... Cualquier cosa ella lo guardaba. No sabía muy bien porque lo hacía pero pensaba que algún día, después de muchos años, se encontraría con algunos de esos niños, ya de adultos, y ella tendría un trozo de infancia que ofrecerles. Tendría recuerdos que dibujarles, recuerdos reales que ellos podrían tocar y revivir.

Tras unos minutos empezaron a llegar sus niños, como a ella les gustaba llamarlos. Entraban y lo llenaban todo de vida. Su cuerpo se estremecía al verlos tan pequeños y tan inocentes. Pensaba la suerte que tenía por tener la oportunidad de participar e influir en su educación.

Esta era su vocación, su razón de ser, la fuerza que le hacía levantarse cada mañana. Los miraba a los ojos y se veía a ella misma reflejada. Cada día, cuando ya todos estaban sentados, se repetía que esto era lo que quería hacer el resto de su vida. Sabía que no existía nada que pudiera apartarla de esos niños. Sabía que los quería a todos como si fuesen sus propios hijos. Y además notaba, por sus miradas, que ellos la adoraban y la querían de esa manera tan pura de la que sólo ellos eran capaces.

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Cuando entró la vio de pie y supo que ese sería un día especial. Con su bata blanca estaba como siempre, esperándolos para verlos entrar.

Sintió el amor y la sinceridad con la que lo miraba. Él era uno de sus niños, como ella los llamaba. En la mesa que tenía al lado había unas carpetas y cuando ella comenzó a sacar dibujos y trabajos, les hecho un rápido vistazo. Reconocía algunos de ellos, un dibujo de un coche, grande con grandes ruedas, y una redacción sobre el verano que ella les encargó.

Se sintió otra vez niño, como hacía casi treinta años, cuando ella era su maestra. Recordó tantas cosas que no pudo evitar llorar como si fuera ahora aquel niño. Esos folios que le enseñaba lo transportaban a su infancia, un viaje rápido, sin retorno. Eran recuerdos que había puesto delante de él para que los tocara y los viera. Eran un trozo de su vida, igual que ella.

Delante de él ahora con su bata blanca, igual que en clase, ella sonreía y lloraba porque se encontraba por fin con esos niños, después de tanto tiempo atesorando esos recuerdos, y les devolvía un pedazo de infancia, como tantas veces había soñado.

jueves, 14 de agosto de 2014

La amante

La conoció una mañana de verano, un 2 de agosto claro y limpio. Cuando la vio por primera vez notó un pinchazo en el corazón, un mareo irracional que le obligó a agarrarse a un murete que tenía cerca.

Había visto antes muchas parecidas a ella, con formas parecidas, con olor similar, con esa luz que desprendía... Pero ninguna le hizo sentir lo que sintió aquella mañana, ninguna era igual para él. Nunca más ninguna lo sería.

Desde aquel día siempre que estaba lejos de ella la recordaba. Añoraba su olor, echaba de menos su tacto sobre su piel, el sabor que dejaba en su boca, salado y salvaje.

Cuando estaba junto a ella se abandonaba a los paseos, en los que se pasaba la horas del amanecer tocándola, sintiéndola. No había nada más que ella en los momentos inmediatos a la salida del sol, mágicos, irrepetibles, incansables. Se pasaba el día mirándola, grabando cada punto de su anatomía en su cabeza, en el interior de sus ojos, en lo más profundo de su ser.

Las noches eran calientes y dulces. Se dejaba arrullar sin prisas, con los ojos cerrados. Ella parecía que lo esperara, coqueta y sincera. Lo envolvía y lo aislaba de todo. Le decía, a su manera, que él era suyo, suyo nada más, que todo lo que ella era le pertenecía. Le susurraba al oído secretos inconfesables y él acariciaba lentamente cada una de sus curvas, tumbado sobre ella, amándola de aquella manera tan instintiva y primitiva.

Nunca más volvió a sentirse como con ella, desde aquel 2 de agosto. Ese día le juró lealtad para siempre. Aquella playa siempre sería su refugio, su descanso, su libertad. Aquella playa sería siempre su playa, su confidente, la guardiana de su alma y su amante.

lunes, 11 de agosto de 2014

La novela

Para alguien como él suponía bastante el poder acceder, de manera tan directa, a un trozo del alma de una persona. Así es como lo veía, porque así era como él escribía. Un trozo de alma en cada palabra, en cada frase, en cada historia.

En cuanto la ocasión se le presentó supo que no debía dejarla pasar. No todos los días cae en tus manos algo tan puro -se dijo-, tan virgen, tan cercano al original. Una novela inédita.

Sabía buscar y reconocer una serie de principios en muchos de los que le rodeaban. A veces era sólo un pequeño gesto. En otros casos era la forma de hablar, o de actuar. Pero lo cierto era que en raras ocasiones su intuición se equivocaba.

Ahora lo intuía también. Casi era capaz de sentirlo. El texto que había captado su atención mostraba indicios, detalles, destellos. A medida que leía, descubría más y más. Quizá no era el tema de su habitual lectura, eso era cierto. Quizá él no hubiera escrito la historia en ese tono, o hubiera usado probablemente otras palabras.

Pero lo que si notaba era la intención, el alma oculta que al mismo tiempo trataba de exponerse abiertamente. Al leer la novela sentía el gusto por escribir, la necesidad de contar, de enseñar lo que se esconde dentro de su autora. Eran las mismas cosas que había descubierto dentro de él.

Detectó la conexión. Se vio reflejado de alguna forma en la persona que lo observaba, sin verse, desde el otro lado del espejo detrás de ese libro. Casi podía verla escribiendo, como ahora él. Creando palabra a palabra, sentimiento a sentimiento, con su historia pegada a la piel, sudándola.

Se preguntaba qué necesitaba ella para escribir, ¿tranquilidad, luz, penumbra? Se preguntaba quién sería la afortunada persona que recibía y leía antes que nadie sus creaciones, en el estado más puro, el más cercano a ella misma. Se la imaginó sola, ante su cuaderno, y a Lola y Manuel, los protagonistas, tomando vida en sus pensamientos.

Es difícil explicar ese momento de intimidad total que necesitaba para crear, esa especie de trance. Él había aprendido a buscar y a reconocer ese instante, lo empezaba a valorar por encima de muchas cosas, lo conocía bien, lo necesitaba. Se dijo que ella, probablemente, conocería esa intimidad también y eso lo hacía sentirse comprendido.

Cuando acabó la novela comprendió la dificultad de hacer brotar tanto de la nada, y sintió admiración por la escritora que nacía. En ese instante decidió que la ayudaría en todo lo que pudiera. Ayudaría a hacer volar esta cometa lo más alto posible en el cielo.

Quizá él nunca fuera capaz de tanto.

jueves, 7 de agosto de 2014

El parto

La sesión estaba programada desde muchísimo tiempo antes a las 7:34 de la mañana.

Desde poco después de las 7 él ya,  impaciente y nervioso, deambulaba por la inmensa y vacía sala de espera. Nadie lo molestaba, sólo algunas personas se lo cruzaban y, cuando lo hacían, les daba un escueto y rápido "buenos días".

Parecía que la cosa se atrasaría un poco,  pero a las 7:42 ya no podía aguantar más los nervios. Impaciente se puso a escribir algunas ideas con la intención de hacer pasar el rato más rápidamente. Pero sabía que en realidad lo que buscaba era recordar siempre el momento.

Los ojos puestos permanentemente en ella. No quería perderse ni un solo instante. Parecía como si el tiempo no avanzara. Nervios, expectación, esperanza.

A las 7:50 comenzó a preparar la cámara de su móvil, para cuando llegara y se produjera. No quería dejarse ni un solo minuto de los que se acercaban.

Pensó a quién llamaría primero, a quién ofrecería ese regalo. No todos los días se ofrece algo así, aunque tenía claro con quien quería compartirlo.

De pronto, a las 8:14 todo se paró. El parto parecía que no se retrasaría más. Levantó la vista y con una emoción contenida lo que vio lo cautivó,  se olvidó de todo y recordó el verdadero motivo que le había hecho estar ahora allí. Respiró y se calmó.

El sol, potente y poderoso, comenzaba a asomar imparable por entre las faldas de ella, la gran montaña, que dominaba desde siempre aquella impresionante sala de espera en la que había pasado la última hora, la playa. Todo había acabado, había ido bien, el parto llegaba a su fin, un nuevo día nacía,  y el sabía con quien iba a compartirlo.

martes, 5 de agosto de 2014

La playa

Un pie tras otro pie. Paso a paso. Echa la vista atrás y es entonces cuando ve las huellas que deja sobre la arena. Una arena húmeda, blanda, sin memoria.

Durante el paseo no pierde detalle de todo lo que ocurre. Mientras piensa en llegar a la gran duna, al final de la playa, contempla los cuerpos esbeltos con los que se va cruzando. Cuerpos jóvenes, torneados, "milimétricamente" esculpidos. Cuerpos bellos bronceados, atesorando juventud. Cachorros en estado puro.Además de esas masas casi perfectas, a su lado pasan otros, menos formados, más parecidos al suyo.

Si levanta la vista el paisaje que lo recibe es indescriptible. Al fondo el sol comienza a abrazar, casi sin que se note, la brillante azotea de la duna. El cielo azulado empieza a desangrarse en tonos anaranjados, pruebas palpables de la dura lucha por sobrevivir de la luz ante las mismas tinieblas.

Camina y camina sin parar, con un ritmo cansino, los pies salpicando gotas cada vez que una ola, perdida y valiente, besa su piel. La luminosidad que le rodea le hace sentirse parte de alguna pintura realista, de un cuadro viviente.

Ante él dos niños, con cubos y pala, construyen un efímero y delicado castillo, escenario de grandes y vívidas batallas. No parecen saber que su gran obra no vivirá para ver un nuevo día.

Mezclados entre la gente ve a "Waka Waka" y "Maiquel", probablemente ambos nombres falsos. Los dos son senegaleses o al menos eso cuentan. Ambos con una historia, con una familia rota por la distancia, lejos de su hogar. Son tan distintos a todos los demás, no por el color de su piel, o por su raza, sino porque entre tanta gente feliz, sus caras son las únicas que no se muestran alegres, y sí tristes, cansadas y preocupadas sólo por lograr una venta más que les acerque a sus sueños perdidos.

Éste sitio transforma a la gente. En su caminar se va fijando en cada cara que se le pone al alcance. Todos los rostros tan relajados, tan felices, nadie es aquí infeliz, salvo los dos senegaleses y sus otros colegas.

Como cada día pasa al lado de ese niño. Le recuerda tanto a sí mismo. Siempre lo encuentra en el mismo sitio, con sus padres. Se le queda mirando, observando sus piernas, su bastón, su cara. Es la viva imagen de la inocencia. Sin parar lo saluda con la mano y prosigue su camino.

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Como cada día a sus cinco años no se pierde el paseo. Su amigo llegará sobre las 8 de la tarde, lo saludará con la mano y seguirá su camino. Nunca han hablado pero, sentado en la arena, le gusta verlo pasar camino de la duna gigante. Cada vez que lo ve llegar, andando lentamente, la espalda encorvada por los años, las piernas entornadas , soportando la edad, y una rama a modo de bastón en la mano para no perder el equilibrio, se le queda mirando . La cara arrugada, anciana. Pasará a su lado, moverá la mano hacia donde él está y continuará su paseo un día más. Su amigo, el anciano caminante.