viernes, 27 de junio de 2014

Aquellos maravillosos años

Es curioso como funciona la mente del hombre. Lo mismo esconde o destruye pasajes para siempre, que atesora para sacar, en el momento oportuno, los más grandes y preciados recuerdos.

Durante años y años he almacenado tantas cosas encima de recuerdos tempranos, que ya ni siquiera pensaba que tendrían la más mínima oportunidad de recuperar el protagonismo que un día tuvieron.

Dicen los entendidos que el amor primero es para siempre. Que se graba en tu piel como una marca de hierro tostado al fuego, y que ya no te abandona, aunque intentes arrancarte las partes de tu propio cuerpo que quedaron bajo su hechizo. El primer amor es para siempre, pero también lo es la primera amistad.

Los primeros amigos, los primeros confidentes, mis primeros testigos, los más puros, sinceros y fieles. Los primeros compañeros del camino, cuando aún no sabes siquiera que existe un camino. Los que te han visto nacer mientras ellos mismos abrían los ojos a este miserable mundo. Los que comparten tus primeros recuerdos porque te ayudaron a grabarlos y son parte de ellos. Los que sólo guardan de ti lo bueno.

Durante años he vivido de espaldas a aquel pasado. Los cajones del recuerdo llenos, pero cerrados con llave. Dentro de ellos he conservado grandes momentos, poderosos e imborrables. He conservado pequeñas vivencias, casi insignificantes. He guardado historias de las que he aprendido, dolorosas y crueles, pero que son parte de mí y es por ello por lo que en sus momentos decidí que quedaran en la colección. Los cajones del recuerdo llenos, pero cerrados con llave.

Y un día se produce un pequeño milagro, un reencuentro. Y sin saber como, ese día todo sale de los escondites. Las jornadas de colegio, las tardes de comedor, las vueltas a casa en autobús. El patio de la palmera, las clases de gimnasia con una colchoneta, el salón de actos reconvertido en aula, escenario de mi querido árbol de Guernica. Los babys colgados en sus perchas, azules los nuestros, más claros los de ellas, todos con sus respectivos dueños marcados en forma de nombre: Lydia, Silvia, Susana, Marian, Mercedes, Loli, Manolo, Rocio, Francisco, Tamar, Carlos, Miguel Angel, Ángeles, Laura, César, Rosa, José Luis, Beatriz, Javier..., tantos y tantos nombres...

Y ese día, en el que todo vuelve a ser, miras tus manos y ya no adviertes el paso del tiempo por ellas. Quieres encontrarte ante el espejo pero, ya no estás, sólo ves al niño. Un niño que te empuja, que quiere salir a jugar con los otros niños de tus recuerdos, y que ahora están también frente a sus espejos queriendo jugar contigo.

Después de 25 años los lazos que formaron comienzan a hacer su trabajo, han comenzado a volver a unirlos de nuevo. El tiempo y la distancia recorrida cada vez se hacen más pequeños. Es el despertar de un viejo sueño. Todo reducido a una mirada, un abrazo, un beso. 25 años fundidos en un solo instante. Niños de 40 encontrándose, recordándose y ahora, ya por fin, "conviviendose".

Dicen que el primer amor nunca se olvida. Yo no os olvido a vosotros, mis primeros amigos, mis primeros confidentes, mis primeros testigos, los más puros, sinceros y fieles.