sábado, 22 de noviembre de 2014

Almas gemelas

Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, el lugar o las circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper.
                                                                                                                                                                                                    Vieja creencia china y japonesa.

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Pasaban las doce y media de la noche y en la calle que cruzaban para llegar al nido todo era silencio. A su izquierda, el río dejaba escapar reflejos de otras épocas, cientos de lunas que temblaban con el misterioso e incansable discurrir del agua.

Y junto al río, la vieja torre guardiana de siglos contemplaba la escena contando cada beso, cada abrazo desesperado que aquellas dos sombras compartían en la orilla gitana.

El portal del hogar se convirtió inmediatamente en una trinchera donde, ya al abrigo de la oscuridad, los besos se disparaban a lugares más ocultos, más íntimos, deseados. Casi sin darse cuenta se iban fundiendo, labio a labio. Sus lenguas se entrelazaban en un roce eterno que se producía cada segundo. La penumbra convertía el momento en una escena invisible a ojos indiscretos, pero eso ya no les importaba. 

Un año después de encontrarse, no tenían ninguna duda de que sus almas eran dos trozos gemelos que en alguna ocasión formaron una sola. Las coincidencias, las emociones, los nervios, incontrolables e inocentes, justo antes de verse. El temblor de sus cuerpos con el roce de sus manos. La sensación de hogar en cada uno de sus abrazos. La búsqueda atemporal de sus reflejos en los ojos contrarios.

El pequeño tramo de escaleras se volvió un constante vaivén de caderas. Una titánica lucha por no perder el control ni la cordura. Sus labios, ya sin frenos, repasaban las zonas que las sensuales caricias se habían encargado de desnudar. Sudor y seda en cada sorbo, deseo y calor en cada sacudida. Allá donde las pieles se tocaban una chispa de eléctrica pasión conseguía encender cada palmo, cada célula. Sus vidas hasta ese momento se revivían y perdían en cada una de esas células, naciendo y muriendo una y otra vez, en un ritmo frenético que amenazaba con no parar nunca. Cada centímetro de piel temblaba y convulsionaba.

La cama acogió la embestida con un sonoro crujido, que sirvió como señal de inicio del último y más ansiado asalto. Sus cuerpos, cubiertos sólo por el deseo, dejaban escapar los brillos de dos almas desesperadas por unirse. El encuentro fue inevitable, el mundo se había preparado para pararse en ese mismo instante, y en ese instante se paró. 

Fue como el choque de dos bloques de hielo en un mar enfurecido. Cada centímetro de piel besado se convertía en el epicentro de un terremoto interior que barría cada rincón, y hacía sacudir esos cuerpos que se desvivían por acercar todo lo posible sus corazones al pecho del otro. A ritmo de latidos acompasados se recorrían con miradas que esculpían a fuego sus nombres y sus promesas secretas. Se produjo una unión total, una entrega tan grande, que la carne dejó de contener sus esencias y, en un invisible baile, ascendían sin límite haciéndose cada vez más lo mismo.

Entre sábanas de raso blancas, dos almas desnudas, iguales y gemelas, amándose sin medida. No conocían locura como la que estaban viviendo. El sudor se mezclaba en sus jóvenes muslos, igual que sus sabores lo hacían en sus bocas.

Las lenguas envolvían las zonas prohibidas de una forma tan impensable hasta ese momento, húmedas y calientes. Derrocharon tanta pasión, que al final sus pechos se desgarraron y de ellos brotó, casi a la vez, un placer tan real como desconocido. De inmediato, sin previo aviso, sus gargantas estallaron en un ronco susurro que se oyó por toda la habitación. Y al ronco sonido le siguió un continuo jadeo que mantenía intacto el calor desprendido.

Se amaron una y otra vez, sin piedad, sin guardar, sin esconderse. Se abandonaron a un abrazo largo finalmente, cuando ya no tenían fuerzas a penas para respirar. Eran dos almas ciegamente perdidas una en la otra. Eran dos seres exhaustos, amados y amantes. Era un alma en dos cuerpos que al fin se encontraban y se reconocían. Eran dos almas gemelas que se unieron sin buscarse. Ellas eran Salma y Vera.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Dicen

Hay quien dice que eres un tesoro de verdades. Que eres un gigante. Y te tocan. Y te besan. Y alaban tu grandeza.

Hay quien dice de tu voz, que es la voz en sus silencios, la que escuchan cuando callan y oyen dentro de sus pechos. La voz de sus gargantas, rotas y maltrechas. La voz que cuenta sus verdades, sus miedos, sus alegrías. La voz de sus noches en vela, de sus días brillantes, de sus tardes inquietas.

Hay quien dice de tus ojos que enmarañan una vida. Que otros ojos que los miran se pierden y abandonan toda esperanza de salida. Que la mirada que les enfrentas es profunda, sincera, llena de verdad. Hay quien ve tu ternura, tu pasión y tu fiereza en esos dos puntos de entrada al alma que siempre tienes abiertos, por si alguien llega buscando cobijo.

Hay quien dice de tu alma que es pura, como una cascada recién parida del frío y la oscuridad de la tierra. Que es tan grande como un mundo entero. La pintan blanca, esponjosa, carente de huellas. Dispuesta siempre a envolver a otras. Dicen que es refugio en las penas, lecho donde pasar las fatigas, luz en la oscuridad, oscuridad para el descanso, compañera de camino y camino entre la niebla.

Hay quien dice de ti que eres tierra donde plantar y cultivar los sueños de los que te rodean. Te llaman conciencia, te llaman corazón, te llaman amor. Te llaman loco. Y locuras haces. Algunas tan grandes que parecen poca cosa. Dicen que te han visto volar, atravesar almas con una mirada, y mirar dentro de los que te miran a ti.

Hay quien dice que podrías cualquier cosa. Que podrían cualquier cosa contigo, a tu lado, junto a ti. Dicen que confían ciegamente en tu sentido, en tu guía y en el bastón que pones a su alcance para guiarles el camino.

Hay quien dice que siempre notan tu mano, a cada momento, sosteniendo, animando. Notan tu presencia detrás y se sienten seguros en sus hazañas. Toman sus decisiones o se dejan aconsejar, pero saben que no subirán solos y por supuesto que caerías con ellos si fuera necesario. Y cuando caigan saben que les gritarás para que se levanten.

Hay quien dice que consumes demasiadas fuerzas en el cuidado de los demás. Que estás agotado, exhausto, débil. Que en la búsqueda de corazones olvidas los límites de la cordura. Dicen que das a cada uno lo que cada cual necesita en el momento adecuado, gastando en ello las reservas de tu propio granero.

Todo eso hay quien lo dice sobre ti.

Pero yo que estoy dentro todo lo veo, todo lo huelo, y todo lo siento. Conozco lo que hay en tus cimientos, las fuentes que emergen de ti y me tumbo bajo el sol que te ilumina. Tú y yo sabemos cuánto hay de verdad, cuánto de sincero.

Tú y yo vemos lo que desconocen y sabemos cuánto se equivocan algunos de ellos...

domingo, 2 de noviembre de 2014

Realidad

Su vida se había convertido en una rutina dinámica, un torbellino de cambios que precisamente tenían en común sólo eso, el cambio.

La sensación de falsa realidad la envolvía cada noche, y la abrazaba como un amante ávido de ella, de su ser, de su amor, de toda su pasión. Entre cuatro paredes se dejaba llevar por sus miedos, sus anhelos, sus prisas. Entre las mismas cuatro paredes que tanto habían sentido, que tanta pasión y amor habían recogido en otras épocas.

Sus amigos tenían cada vez una cara mucho más semejante, todos comenzaban a ser brillos en una pantalla plana que quedaba en penumbra cada vez que ella levantaba sus dedos del frío y pulido cristal.

Su puerta a ellos era su tesoro, su más preciada posesión, su porción de paraíso. Aquel trocito de plástico tecnológico la mantenía conectada a todo y a todos.  Los mantenía siempre en contacto, siempre relacionados, pero siempre distantes y carentes de sensaciones.

Estaba cansada de todo eso, en el más profundo rincón de su alma lo sabía. Estaba cansada de ese sucedáneo de realidad que la absorbía, la gobernaba, la ilusionaba y siempre volvía a desilusionarla y manipularla, una y otra vez, siempre con el mismo rumbo, un destino oscuro y vacío.

Se dijo que no estaba dispuesta a continuar alimentando esa oscuridad, no dentro de ella, y tuvo que emplearse a fondo para convencerse a sí misma, para sacudirse esa pátina de felicidad, falsa y contaminada, que la envolvía.

Echaba en falta los ojos en frente, mostrando el interior de su interlocutor. Echaba en falta los gestos, cómplices o de sorpresa, las miradas fugaces, perdidas, abandonadas a su suerte. Echaba en falta las sonrisas robadas, los roces de piel, mano a mano, alma con alma. Echaba en falta los olores, los besos candentes que abrasan al recibirlos. Quería volver a sentir los abrazos, a corazón abierto, sin guardia. Volver a oír una risa sincera y amiga. Anhelaba volver a enjugar con sus manos el llanto, y consolar con caricias, ofrecer su hombro y sentir aliviar el peso de la conciencia que se reclina en él.

Lentamente fue levantando la cabeza, al tiempo que un dolor insoportable se fue haciendo notar en sus entrañas. Sus ojos chocaron con unas sombras que, desde el espejo de enfrente, los miraban acomodados en las cuencas de su reflejo. Vio una persona que no recordaba conocer, un dibujo descolorido de lo que una vez fue.

Instintivamente alzó su mano y lanzó con todas sus fuerzas el móvil a ese rostro espectral. Miles de reflejos de la habitación se esparcieron por todos lados, al tiempo que desaparecía la imagen que tanto la había asustado.

Decidida, se levantó de la cama, lavó sus miserias con una ducha fría y rápida. Eligió aquellos pantalones que tanto le gustaban y se enfundó la camisa que había traído de recuerdo de su último viaje. Salió por la puerta sintiéndose liberada, atrás dejaba su falsa vida, rota en un rincón junto a un montón de cristales y un trozo de plástico inservible. Delante veía la calle, la vida, una nueva esperanza para ella, la realidad.

miércoles, 29 de octubre de 2014

El beso. La pequeña muerte.

La luz iba desapareciendo a golpe de beso. Prácticamente estaban ya envueltos en una semioscuridad delicada que sólo permitía imaginar la orilla, unos metros más abajo.

Sus pies, entrelazados, marcaban una danza inconsciente sobre una alfombra verde de césped. El contraste entre la arena, fría, seca y oscura y la fresca humedad de la hierba, les producía un placer sólo interrumpido por cada una de las caricias que se regalaban, lenta y pausadamente.

Como si de un cuadro se tratara ella, radiante, mágica y sensual, se ofrecía voluntariamente a la pequeña muerte que le producía cada uno de los eternos roces en su piel de los labios del dueño de su alma.

Piel con piel, ser con ser, fueron desvistiendo sus cuerpos y sus corazones hasta quedar cubiertos únicamente por la delgada manta y por la cálida piel del otro. Cada uno entregando su cuerpo, desnudo, a quién se había enamorado de su alma desnuda.

Mientras, a cada segundo, él no cesaba de vaciarse ante ella. Cada beso era lanzado con una dulzura infinita y, cada uno de ellos, acertaba en el corazón al que era lanzado. Sus labios recorrieron los de ella con ansia, espoleados por una sed de pasiónque no había sentido en ningún día de su vida. Ella recibía cada uno de esos besos, y se agarraba a ellos con la esperanza de que la salvaran de la tempestad que la mantenía moribunda desde hacía ya demasiado tiempo.

Y entre beso y beso, entre caricia y caricia, una luna blanca e inmaculada fue llenando de plata sus miradas, iluminando la esencia del sentimiento más profundo de ambos.

Abrazados, uno contra el otro, de esa manera tan primitiva que sólo conocen los huérfanos de amor. Ella continuaba tatuando sobre el brazo de él un mantra que sólo ellos conocían, al tiempo que él, casi en trance, temblaba con cada uno de los movimientos de esa mano que lo volvía tan loco.

De pronto, en la quietud intranquila de la escena algo cambió. Ella, sin dejar de recibir la miel que él depositaba en su boca, se giró y, de forma suave y delicada, logró colocar sus curvas sensuales sobre el recio porte del amante que, sorprendido y excitado, no pudo más que recibirla y dejarse amar.

Cada vaivén de sus caderas era como la llegada de una ola a la orilla, cargada de fuerza y seguridad, pero consciente de una pronta muerte. Cada golpe seco un acto de amor en sí, de entrega total, de abandono. Para él, contemplar su cuerpo en esa danza constante era demasiado y sentía que en algún momento cercano cedería ante el volcán que llevaba dentro. Sus pechos, firmes y sensuales le hacían perder el control sin medida. Mientras, ella se dejaba seducir por el deseo, complacida por lo que provocaba en los ojos que la contemplaban tan fieramente.

Sus manos se entrelazaban nerviosas, como celosas del abrazo que se repartían sus muslos. El cuerpo de ella, en medio de la batalla, comenzó a convulsionar en parte por el frío que le provocaba la noche en su piel sin el abrigo de la manta, y en parte por el éxtasis de la pasión que llegaba a su fin. En ese instante él, al ver como el joven y deseado cuerpo de ella hervía por su amor, cerró los ojos y dejó que su calor la invadiera.

Exhaustos, jadeando y mirándose a los ojos se dejaron caer uno al lado del otro. Él la abrazó con toda su alma, ella hundió la cara en su cuello deseando estar siempre oliendo su aroma. La luna los miraba satisfecha, reclamando su reino una noche más.

Ella volvió a poner su cabeza junto al hombro de él y cogió de nuevo su brazo. Instintivamente miró hacía arriba con el deseo incontenible de poner en palabras lo que sentía por él, pero no fue capaz de decir nada.

Al cruce de miradas le siguió una eternidad de estrellas, amaneceres y noches y, cuando ya parecía que nada cambiaría, él movió sus labios y acercándolos a los de su amante dejó escapar el anciano conjuro que hace girar al mundo. En la suavidad de la noche que envolvía la playa se escuchó para siempre: "te quiero".

sábado, 4 de octubre de 2014

La sonrisa fiel

Sus pies no conseguían hacerla llegar dónde ella necesitaba. Había puesto distancia por medio, se había dedicado tiempo, ajena a todo. Pero no lograba alejarse de si misma, ni de todo lo que la perseguía. No por mucho caminar se está más lejos del lugar del que huyes.

Los días de soledad, buscada y saboreada al principio, comenzaban a pesar en su cabeza. La única compañía de su fiel mascota, un gran perro de color crema, no acababa de llenar la cuota de afecto que necesitaba, y sin embargo eso precisamente era lo que había buscado en su escapada.

Hacía días que no sonreía. Ella no lo sabía pero aquella playa que la observaba lo tenía en cuenta. Procuraba acariciarla con una brisa suave cada atardecer. La mimaba ajustando las luces del día para ella. Le prestaba su color, su sabor, su salado y húmedo aroma. Ella se sentaba en la arena y cerrando los ojos absorbía con ansia los pequeños grumos de felicidad que flotaban en el aire. Pero rápidamente los consumía inconscientemente. Y volvía a buscarlos. Ojos cerrados, cabeza echada hacia atrás, el pelo ondeante, ausente, perdida, real.

El paseo marítimo se había convertido aquel día en el refugio perfecto. Abrazada a sí misma caminaba, sin fuerzas y cansada, no sabía hacia dónde, probablemente a algún lugar que la envolviera completamente y la hiciera volver a empezar. Algún lugar donde poder ocultarse sin necesidad de esconderse. Donde nadie la mirara, nadie la juzgara, nadie la admirara.

Perdida en sus pensamientos casi no se percató de la persona que a lo lejos caminaba hacia ella. En la distancia no fue capaz de identificar nada especial. Un hombre joven, de aspecto normal, andar resuelto pero distraído. Un joven que no le hubiera llamado la atención en ningún otro sitio del mundo.

A cada paso que daba notaba que algo cambiaba a su alrededor. Todo parecía igual y, en cambio, ella lo notaba. Se agitaba el aire, el mar parecía revolverse junto a la arena, la luz se empezaba a difuminar como cuando se apaga una bombilla pero aún quedan restos fugaces de su alma candente. Aquel extraño, sin ningún rasgo especial, tan común, tan igual a ella misma, alteraba el mundo que la cubría, la envolvía de algo que no sabía nombrar.

Poco a poco, a cada respiración, la distancia se acortaba. Cada uno en sí mismo, en su soledad. Sin saber cómo, se llenaron del otro, se impregnaron de las más puras de sus esencias. Ambos andando, desesperados, hacia el mismo lugar pero en sentidos contrarios.

Pasaron muy cerca, tanto que pudieron oler el miedo y la desesperación del otro. Ella noto la necesidad, la sensación que tanto echaba en falta sin saberlo. Fue como una bocanada de deseo incontrolado, una tormenta desesperada entre dos mares, uno de fuego helado, el otro de agua hirviendo. Con el olor todavía en su cabeza algo comenzó a ocurrir en su cara. Al principio un leve temblor, casi invisible y, poco a poco, el dibujo se plasmó en su boca, un recuerdo casi olvidado, un deseo, un anhelo, una sonrisa. Por primera vez en días sonreía, sincera.

Se volvió instintivamente envuelta por la pasión del momento, con el pecho a punto de explotar, y lo que descubrió la hizo temblar. Aquel extraño, su extraña pareja, estaba vuelto hacia ella, sonreía igual, con la misma muesca del destino marcada en su rostro. Dos sonrisas fieles a los corazones que les daban vida. Dos sonrisas nacidas cada una para la otra, para ese solo instante. 

jueves, 2 de octubre de 2014

El búho y la mariposa

Había un búho. No un búho cualquiera, un buhito. De esos pequeños, con plumas marrones, grisáceas y pico amarillo. El búho tenía las garras afiladas, muy finas, le gustaba con ellas arañar la madera de las ramas y dejar marcada su huella.

Un día llegó al árbol del búho una mariposa. Ella era una de esas de colores fuertes, vivos. Sus alas brillaban al sol como gotas de rocío con las primeras luces. Era casi toda de color verde,  un verde claro, fresco,  como el de la hierba de verano bien alimentada, como las hojas de la menta.

Al principio ninguno de los dos se miraron. El buhito siguió contemplando su prado, enamorado de la luna que lo iluminaba. La mariposa estaba triste, sus alas brillaban pero ella había perdido la ilusión por agitarlas al viento. Era una mariposa cansada y quería andar en lugar de volar.

Cierto día la mariposa contempló al resto de animales del prado, miró alrededor y pensó en cómo sería vivir todos juntos,  compartiéndose. Recuperó parte de su esencia y voló sobre ellos haciendo que todos miraran al cielo. Tras un vuelo largo se posó suavemente sobre una gran roca y en ese momento todos se vieron,  y se reconocieron como miembros del mismo prado, y convivieron juntos desde entonces.

El búho, al ver el vuelo de la mariposa quedó impresionado, y se le acercó. La mariposa, tímida, mantenía la distancia, pero cuando el búho le susurró su nombre ambos comprendieron que,  aunque tan distintos, eran iguales por dentro, casi idénticos,  almas gemelas encerradas en recipientes diferentes.

El búho le prometió estar siempre a su lado,  acompañando su vuelo, protegiéndola del fuerte viento y de los grandes pájaros predadores. Ella le entregó su brillo, su color, sus alas de mariposa para que el búho pudiera seguir dejando su huella grabada en la corteza de los árboles del prado.

Y desde entonces, juntos, vuelan pegados uno al otro, sintiéndose y queriéndose cómo uno solo.

martes, 30 de septiembre de 2014

El beso

Aquella tarde la playa tenía un aire diferente. La cercanía del invierno le daba un aspecto muy distinto al que recordaban. Las olas, casi rodeadas de penumbra ya, besaban dulcemente a la arena que les daba la bienvenida, en silencio, sin prisas, entre blancos reflejos de espuma.

El sol, cansado y sin fuerzas, iba a morir tras la gran duna, a su derecha. Ambos miraban fijamente ese momento en el que la última luz dejaba preñado el instante de mágicos tonos rosados, violáceos y anaranjados. Como espolvoreado de azúcar, el cielo se impregnaba de color, de los últimos suspiros de un rey que dejaba su mundo sin más aspiración que entregarlo a su inalcanzable amada, un blanco lucero que esperaba su turno frente a él.

Sobre unos almohadones, frente al mar, acurrucaban sus cuerpos el uno junto al otro. El frío de la noche empezaba a dejarse notar, y una manta les servía de fiel escudo contra la incomodidad del invierno cercano. Sentados, confortándose, unidos, cogidos por el alma. Ella apoyaba su cabeza en el hombro cómodo y anhelado de él, que también se recostaba sobre ella abandonándose, dulce y placenteramente, a su aroma.

Las manos de ellas jugaban, ausentes y sinceras, sobre el cálido y suave brazo de él, mientras cerraba los ojos y moría entre palabra y palabra que él iba pronunciando. Le contaba una historia, ella no tenía claro si la sacaba de su memoria o de su imaginación, pero no quería que parase por nada del mundo. Cada latido que la mantenían con vida era la respuesta a cada una de esas palabras, a cada respiración de él, a cada latido del corazón que tenía tan cerca de su oído.

De pronto se vio sobresaltada por algo que él le decía. No sabía muy bien que es lo que fue. Quizá fuera el tono de su voz, quizá  un pequeño cambio en la suavidad de su piel, pero algo le hizo levantar la cabeza y, al mirarlo, se encontró con su mirada de lleno. Y su sonrisa, tan sincera y cercana abarcándolo todo.

En ese mismo momento el mar paró su eterno vaivén, su baile con la tierra. La luz besó por última vez el punto más alto de la duna y el aire deseó detener su huida y mirarlos por un segundo. Él se inclinó levemente y sin saber cómo sus labios tocaron los de ella, en un beso lento y suave. Se fundieron al instante, y comprendieron que volvían a ser lo que alguna vez fueron, una sola alma.

jueves, 18 de septiembre de 2014

El fruto oscuro

Con las manos encalladas en el vaso miraba distraído aquella viciosa botella. Esa botella que tanto había significado en su vida los últimos años. Tantos días, tantas horas de amor desenfrenado. Tantas confidencias. Tantos sueños en ella derramados y de ella bebidos.

Esa botella había sido su única amante, su fiel compañera, su mejor amiga, la única. A ella podía contarle cualquier cosa, la necesitaba igual que ella a él. Ambos bebían el uno del otro, dándose muerte en un rejoneo eterno, escondido para los demás.

Las horas de oscuridad eran el reino donde se perdían, sin rumbo, juntos. Fieles entre sí. Ajenos al resto del mundo que se encontraba fuera de ese cuento. Ajenos al mundo irreal, lejos de la realidad de su historia.

La amaba tan profundamente como podía haberse amado a él mismo en el pasado. Ahora sólo existía su sabor, ni siquiera ya tenía fe en sí mismo, sólo creía en su mano aferrada al fruto del vientre de ella, ese fruto amargo y oscuro que lo recorría tan ardientemente en cada abrazo. Cada beso era un sorbo de olvido que ansiaba. Cada sorbo era un beso de esperanza consumida.

Ni siquiera el recuerdo fugaz de una hija que lo amaba era capaz de despejarle la falsa sensación de plenitud. Ni siquiera su otra amante, la de carne y sentimientos, la que lo amaba de verdad, lograba hacerle olvidar los encuentros de pasión en aquellas horas de oscuridad, ni lograba apartar de él esa necesidad de dejarse llevar de aquella manera tan desconsolada.

Con ella a su lado era capaz de cualquier cosa, de enfrentar cualquier problema, de volar. Capaz de vencer. Vencer. Sin ella, no era más que una sombra de lo que un día creyó llegar a ser. Un espíritu ennegrecido y oxidado, olvidado por el tiempo, roto.

Si hubiera mirado a través de los ojos de los que le contemplaban hubiera visto una caricatura de hombre. Un simple esquema de la mínima expresión de la dignidad. Hubiera visto la decadencia, la sinrazón, la destrucción. Si hubiera sido capaz de comprender lo que los demás se afanaban en hacerle ver, se hubiera encontrado descuartizado, inutilizado, desgarrado. Hubiera sentido el hedor del fracaso que lo inundaba todo en él, fresco y nauseabundo, su propio olor.

Se hubiera visto a sí mismo, sólo a él, moribundo...

sábado, 13 de septiembre de 2014

Doce estrellas

Cuando le contaron la leyenda ella era muy joven, demasiado tal vez. No era supersticiosa, nunca lo había sido, y nunca más lo sería, pero aquella historia le produjo un escalofrío.

La recibió bajo una luna llena, clara, pura y limpia: "Si una noche cuentas doce estrellas, y durante las once siguientes vas contando una menos por noche, en aquella que cuentas sólo una estrella, soñarás con el amor, puro y verdadero, de tu vida. Deben ser doce noches consecutivas, sin saltar ninguna. Si se pierde una sola noche, y no se puede contar, se debe comenzar desde el principio."

Como la niña que era empezó la cuenta mágica en ese mismo momento. Con su carita levantada y una determinación que la acompañaría después durante años, fue eligiendo, una a una, las doce estrellas más brillantes del firmamento que dominaba, y allí mismo comenzó a soñar. Hasta tres veces llegó hasta nueve, y tres veces tuvo que comenzar la cuenta de nuevo. Otras veces llegaba hasta seis, o incluso una vez consiguió alcanzar la cifra de tres estrellas.

A veces, la mayoría, olvidaba simplemente contar. Otras veces las estrellas se escondían de sus ojos, como jugando con ella. No se dejaban ver detrás de jirones de vaporosas gasas de nubes, negras e impenetrables.

Pero, con la ilusión y la curiosidad por capa, no cejó en su empeño, y siempre volvía a comenzar su peculiar camino. Siempre dispuesta, siempre expectante, ilusionada.

La noche que todo acabó, o mejor dicho comenzó, llegó tres meses después de haber iniciado la aventura. La recuerda cada día, se sintió liberada, completa, feliz. Había logrado cumplir con la leyenda, había completado el ritual, la magia estaba hecha. Una sola estrella en su casillero.

Al principio, cuando despertó, no tenía muy claro que es lo que había pasado. Se pasó la mano por la frente y recordó cada una de las noches que había dedicado a contar luceros. Mirando al techo no podía salir del trance, ¿cómo era posible? Ella había cumplido con la parte del trato, pero esa era la parte real, la posible. Lo siguiente era impensable. No sabía cómo, pero el acuerdo se había cumplido.

Primero lo vio pasar con su pelo claro y rizado. No le había visto bien la cara, y ella tuvo que acercarse y tomarlo por el brazo. Al volverlo hacia sí misma contempló una cara regordeta, de mofletes sonrosados y ojos vivaces, inocentes, profundos y pequeños. Al principio no lo reconoció. Luego, sin tiempo para más, todo volvió a quedar negro alrededor.

Después de un rato despierta volvió a recordar al muchacho, era de su barrio, lo había visto un par de veces pero no había reparado en él ninguna de las dos. Era un chico introvertido, tan distinto a lo que ella era.

Se apoderó de su cuerpo una extraña mezcla de incredulidad y alegría y, en ese mismo instante, decidió que quería conocerlo por encima de cualquier otra cosa. Durante la siguiente semana hizo todo lo posible por acercarse a su entorno, hasta que una tarde por fin se hablaron. Ella era una chica muy extrovertida, por lo que él se vio intimidado al principio, aunque ambos sintieron un extraño sentimiento de vacío la primera vez que cruzaron sus miradas.

Desde aquel momento se les veía siempre juntos, mano con mano, con los ojos siempre reflejados en los del otro. No era algo físico, notaban una atracción primitiva, sin química, pero influyente y adictiva, interna.

Durante los siguientes meses se dedicaron a profundizar cada uno en el alma del otro, a conocerse, a necesitarse. Se acercaron tanto que algo se fusionó entre ellos, y una parte del interior de cada uno fue a parar dentro del otro.

La fuerza de la unión fue tal que les sobrecogió y los envolvió. Y, a pesar de todo, nunca se produjo la chispa del beso, ninguno de los dos se atrevió a asumir tal responsabilidad.

Esa responsabilidad pesaba demasiado, ella no fue capaz de soportarla y, casi sin pensar, se separaron. Ella contó, ella soñó , ella buscó su sueño..., y lo abandonó.

Aunque permanecieron pegados alma con alma, los caminos se separaron, los corazones de ambos se llenaron de otros amores, sueños, ilusiones y esperanzas. Cada cierto tiempo se cruzaban y era como si nada hubiera cambiado. Complicidad, confianza, miradas..., y esa falta de un beso que lo sellara finalmente todo, que los volvía a distanciar.

Pero siempre al caer la noche y brillar las estrellas, las mismas que ella eligió y contó, la conexión de sus entrañas resplandece, y los acerca estén donde estén. Se sienten, como si fueran uno solo. Como dos almas gemelas que han acabado por encontrase. Se buscan, se encuentran. Se viven. Se sueñan. Se sostienen. Se vuelven a perder.

Ella siempre lo busca. Él se deja encontrar, pero no alcanzar. Ambos saben lo que los separa, ambos sienten esa responsabilidad. Ambos necesitan ese beso que lo complete todo. Ese beso que los separa. Ese beso que no se atreven a dar...

viernes, 5 de septiembre de 2014

Lady Halcón

Ella había sido siempre una luchadora. Desde pequeña su fuerza la había hecho destacar. Era sobre todo corazón, espíritu de superación. Su arrojo en la vida era a veces confundido con altanería.

Cuando llegó la noticia la recibió como todas las demás. Fue tan inesperado, tan real. Normalmente es así. Para la mayoría el mundo se desploma, desaparece el suelo y  los pies se afanan en conseguir un apoyo que ya es imposible. Pero ella no era como la mayoría, nunca lo había sido.

La fuerza de las palabras es indudable. No se tiene conciencia de algo hasta que no se le asocia un nombre, hasta que no se "apalabra". Hay palabras que representan todo un mundo de sensaciones como "felicidad" o "amor". Hay otras sencillas, casi imperceptibles, que nos ayudan en el día a día. Y hay palabras tan potentes que, por el solo hecho de nombrarlas, destruyen una vida en cuestión de segundos. Y de éstas últimas, hay una que destaca por su crueldad y voracidad.

Cuando el médico que tenía enfrente rajó su realidad, un leve mareo le hizo cerrar momentáneamente los ojos. En ese mismo instante su valentía decidió por ella misma y, lejos de caer, ideó una estrategia ganadora ante la batalla que ya se aproximaba.

Lo primero fue la necesidad de proteger a su familia. Nadie sabría nada del infierno hasta que hubiera pasado. Sólo su marido estaría al tanto, y su hermana, pero ella fue más por necesidad, al fin y al cabo no sabía lo que debía afrontar en esas sesiones de tratamiento y, seguramente, necesitaría un poco de apoyo.

Cada día, cuando amanecía, se convertía en un bello halcón de plumas sedosas, blancas y brillantes. Volaba tan alto como podía. Se dejaba ver y admirar, nadie descubría su secreto. De noche el halcón desaparecía y ella volvía a ser una mujer sacudida, fuerte y decidida, pero marcada con una señal en el pecho. Una señal tan dura de asumir...

Su valor, coraje y ansia de vivir jugaron de su lado. Lady halcón ganó el partido, sin pérdidas, sin nada dejado atrás. Sin nada que lamentar. Pero algo quedó dentro de ella. Un recuerdo amargo.

Aún hoy le cuesta hablar y pocos son los que conocen su historia.  Mientras, el halcón sobrevuela su mundo como símbolo de vida.  La vida que triunfó en ella.

jueves, 28 de agosto de 2014

A la musa

A nadie importó más que a ti los primeros pasos, confusos, dubitativos, sencillos.

A nadie preocupó más que a ti la ausencia, los días, meses y años de falta de inspiración. De poca escritura, de falta de ideas, de desierto.

A nada debe más que a tu dedicación el nacimiento de lo que hoy es este caminante. Aquella noche de juegos literarios, tres palabras, diez minutos, y rienda suelta a la imaginación. ¿Qué sería hoy este diario sin aquellos diez minutos?, ¿sin aquel asesino bebedor de Legendario que quería visitar Sevilla?

A navegar, en los lagos de locura y fantasía de los que bebe mi ego, aprendimos casi de la mano. Yo escribiendo, tú imaginando. Yo guiando el barco, tú dejándote transportar a donde yo iba. Patrón y marinero. Escritor y musa.

A nacer, a morir, a volar, a caer. A sentir y vivir, llorar, respirar y caminar. A escribir. A todo eso me obliga tu sola presencia con cada historia, con cada nueva vida. Con cada palabra.

A narrar con pasión cada ilusión. A contar para ti las vidas de otros. A desgranar cada sentido, cada sensación, cada rastro fugaz de cada estrella que cruzase el firmamento. A contar, a eso me comprometí cuando se acercaba tu partida. Y cuando no te fuiste ya el compromiso se había adueñado de mí.

A nadie, en definitiva, le debe tanto este caminante. Porque tú eres parte de él, como yo, y sin ti, musa, ni una sola página más podría ser germinada en este diario.

domingo, 24 de agosto de 2014

El cementerio

Normalmente la gente, la gente normal, no quiere ni oír hablar de ellos. Los relacionan con muerte, dolor y miedo. Y no se les puede culpar por ello, al fin y al cabo un cementerio es lo que es.

Pero, para ella, eran algo muy distinto. Aún recordaba aquel 1 de enero. En el pueblo todos disfrutaban de vacaciones y por ese motivo aquel día tuvo que ir a abrirle las puertas el alcalde en persona. Es lo que tienen la vida y la muerte, nunca preguntan, siempre deciden por ellas mismas.

Con su amor por bandera, y el recuerdo aún fresco en las entrañas, se adentró en el camposanto con una pequeña pala en una mano y los restos de la que había sido su centro desde que lo recordara en la otra. Había sido para ella todo lo que ahora ella era: bondad, amor, cariño, dedicación, entrega...

La acompañaba en el último viaje, el más temido, pero la sensación de paz que la envolvía era indescriptible. Se había ido, eso era inevitable, pero sabiendo cuanto la había querido y, sobre todo, cuanto la seguiría queriendo.

Buscó un buen lugar, soleado, visible desde todos los puntos desde los que se mirara. Quería asegurarse que todos pudieran ver su legado, su mensaje. Cuando ya tuvo claro el sitio escarbó con su pala lo suficiente para que agarrara el rosal que iba a plantar en su memoria.

Miró hacia atrás y comprobó que no estaba sola, su familia seguía allí con ella, todos juntos, como siempre. Respiró profundamente y abonó el pequeño rosal con la esencia del ser amado, con el último recuerdo material de lo que una vez somos. Descansaría para siempre aquí, dando vida a una de las más bellas flores jamás creadas. Eso la hacía sentir extrañamente serena.

De lo más hondo de su corazón sacó la foto. Dos manos entrelazadas sobre una sabana de hospital, en el borde del camino, donde ya empiezan a borrarse las huellas de lo andado. Dos manos, una joven, la otra anciana, ambas dándose el mutuo consuelo, ambas transmitiendo amor eterno. Dos manos abrazadas a un único corazón que ya no soportaba más peso.

Colgó la foto del rosal y, casi sin que nadie lo notara sonrió. Una leve brisa sopló en ese momento y tras las manos unos versos se entreveían:

"Amada y querida prenda 
yo mucho celebraré
que al recibo de estas letras
me seas fiel en el querer
[...] "

Esos versos que ella había aprendido a fuerza de escucharselos recitar y que la acompañarían para siempre junto al amor encerrado en esas dos manos entrelazadas.

Para ella los cementerios eran algo muy distinto. Ella los veía como guardianes del amor que aún sentía, como bellos lugares de encuentro con recuerdos, sentimientos y esperanzas. Desde aquel día todos los cementerios le recordaban a aquel, en Badajoz, y en cualquiera en el que se encontrara iba en busca de aquellas dos manos entrelazadas a un solo corazón que protegían aquellos versos que tanto recordaba.

jueves, 21 de agosto de 2014

Razón aquí

Se busca lector impaciente, insaciable y voraz.

Se busca lector con sed de palabra, de fantasía y realidad según convenga. Con intención de satisfacer necesidades tempranas o tardías de amor, de aventura o de amistad. Que sepa soñar, vivir y llorar.

Se busca lector con ganas de encontrarse. Atrevido, valiente y capaz de dejarse llevar.

Se ofrece pasión, corazón y humildad literaria. Rosas para ser tomadas al instante.

Te busco a ti.

Razón aquí.

martes, 19 de agosto de 2014

La maestra

Como cada día llegó temprano. Le gustaba entrar rodeada de silencio, en calma. Soltaba su bolso sobre la mesa y, sin prisa, se disponía a disfrutar de los únicos instantes de tranquilidad que sabía que tendría durante la jornada.

Cerraba los ojos, respiraba despacio. Se permitía dejar la mente en blanco, sin pensar en nada. Se imaginaba su cabeza vacía. Sólo existía su respiración, pausada y rítmica. Llenaba los pulmones, aire dentro, los vaciaba, aire fuera. Así a cada movimiento, simple y sencillo, su concentración iba en aumento.

En este estado empezaba a repasar todos sus nombres, y los relacionaba con cada carita. Hacerlo era su rutina preferida, siempre lo había hecho así. A ellos les gustaba que recordara sus nombres, se les notaba en los ojos. A ella no había cosa que la hiciera más feliz que verles la cara iluminarse poco a poco. Cada día se ponía frente a sus pupitres desiertos y se los imaginaba sentados, mirándola. Pasaba lista en su cabeza, así tenía frescos siempre esos nombres, año tras año, curso a curso. Siempre los recordaba.

Una de las cosas que más ilusión le producía era guardar todo lo que esos niños hacían. Era su pasión, su colección. Trabajos, dibujos, notas... Cualquier cosa ella lo guardaba. No sabía muy bien porque lo hacía pero pensaba que algún día, después de muchos años, se encontraría con algunos de esos niños, ya de adultos, y ella tendría un trozo de infancia que ofrecerles. Tendría recuerdos que dibujarles, recuerdos reales que ellos podrían tocar y revivir.

Tras unos minutos empezaron a llegar sus niños, como a ella les gustaba llamarlos. Entraban y lo llenaban todo de vida. Su cuerpo se estremecía al verlos tan pequeños y tan inocentes. Pensaba la suerte que tenía por tener la oportunidad de participar e influir en su educación.

Esta era su vocación, su razón de ser, la fuerza que le hacía levantarse cada mañana. Los miraba a los ojos y se veía a ella misma reflejada. Cada día, cuando ya todos estaban sentados, se repetía que esto era lo que quería hacer el resto de su vida. Sabía que no existía nada que pudiera apartarla de esos niños. Sabía que los quería a todos como si fuesen sus propios hijos. Y además notaba, por sus miradas, que ellos la adoraban y la querían de esa manera tan pura de la que sólo ellos eran capaces.

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Cuando entró la vio de pie y supo que ese sería un día especial. Con su bata blanca estaba como siempre, esperándolos para verlos entrar.

Sintió el amor y la sinceridad con la que lo miraba. Él era uno de sus niños, como ella los llamaba. En la mesa que tenía al lado había unas carpetas y cuando ella comenzó a sacar dibujos y trabajos, les hecho un rápido vistazo. Reconocía algunos de ellos, un dibujo de un coche, grande con grandes ruedas, y una redacción sobre el verano que ella les encargó.

Se sintió otra vez niño, como hacía casi treinta años, cuando ella era su maestra. Recordó tantas cosas que no pudo evitar llorar como si fuera ahora aquel niño. Esos folios que le enseñaba lo transportaban a su infancia, un viaje rápido, sin retorno. Eran recuerdos que había puesto delante de él para que los tocara y los viera. Eran un trozo de su vida, igual que ella.

Delante de él ahora con su bata blanca, igual que en clase, ella sonreía y lloraba porque se encontraba por fin con esos niños, después de tanto tiempo atesorando esos recuerdos, y les devolvía un pedazo de infancia, como tantas veces había soñado.

jueves, 14 de agosto de 2014

La amante

La conoció una mañana de verano, un 2 de agosto claro y limpio. Cuando la vio por primera vez notó un pinchazo en el corazón, un mareo irracional que le obligó a agarrarse a un murete que tenía cerca.

Había visto antes muchas parecidas a ella, con formas parecidas, con olor similar, con esa luz que desprendía... Pero ninguna le hizo sentir lo que sintió aquella mañana, ninguna era igual para él. Nunca más ninguna lo sería.

Desde aquel día siempre que estaba lejos de ella la recordaba. Añoraba su olor, echaba de menos su tacto sobre su piel, el sabor que dejaba en su boca, salado y salvaje.

Cuando estaba junto a ella se abandonaba a los paseos, en los que se pasaba la horas del amanecer tocándola, sintiéndola. No había nada más que ella en los momentos inmediatos a la salida del sol, mágicos, irrepetibles, incansables. Se pasaba el día mirándola, grabando cada punto de su anatomía en su cabeza, en el interior de sus ojos, en lo más profundo de su ser.

Las noches eran calientes y dulces. Se dejaba arrullar sin prisas, con los ojos cerrados. Ella parecía que lo esperara, coqueta y sincera. Lo envolvía y lo aislaba de todo. Le decía, a su manera, que él era suyo, suyo nada más, que todo lo que ella era le pertenecía. Le susurraba al oído secretos inconfesables y él acariciaba lentamente cada una de sus curvas, tumbado sobre ella, amándola de aquella manera tan instintiva y primitiva.

Nunca más volvió a sentirse como con ella, desde aquel 2 de agosto. Ese día le juró lealtad para siempre. Aquella playa siempre sería su refugio, su descanso, su libertad. Aquella playa sería siempre su playa, su confidente, la guardiana de su alma y su amante.

lunes, 11 de agosto de 2014

La novela

Para alguien como él suponía bastante el poder acceder, de manera tan directa, a un trozo del alma de una persona. Así es como lo veía, porque así era como él escribía. Un trozo de alma en cada palabra, en cada frase, en cada historia.

En cuanto la ocasión se le presentó supo que no debía dejarla pasar. No todos los días cae en tus manos algo tan puro -se dijo-, tan virgen, tan cercano al original. Una novela inédita.

Sabía buscar y reconocer una serie de principios en muchos de los que le rodeaban. A veces era sólo un pequeño gesto. En otros casos era la forma de hablar, o de actuar. Pero lo cierto era que en raras ocasiones su intuición se equivocaba.

Ahora lo intuía también. Casi era capaz de sentirlo. El texto que había captado su atención mostraba indicios, detalles, destellos. A medida que leía, descubría más y más. Quizá no era el tema de su habitual lectura, eso era cierto. Quizá él no hubiera escrito la historia en ese tono, o hubiera usado probablemente otras palabras.

Pero lo que si notaba era la intención, el alma oculta que al mismo tiempo trataba de exponerse abiertamente. Al leer la novela sentía el gusto por escribir, la necesidad de contar, de enseñar lo que se esconde dentro de su autora. Eran las mismas cosas que había descubierto dentro de él.

Detectó la conexión. Se vio reflejado de alguna forma en la persona que lo observaba, sin verse, desde el otro lado del espejo detrás de ese libro. Casi podía verla escribiendo, como ahora él. Creando palabra a palabra, sentimiento a sentimiento, con su historia pegada a la piel, sudándola.

Se preguntaba qué necesitaba ella para escribir, ¿tranquilidad, luz, penumbra? Se preguntaba quién sería la afortunada persona que recibía y leía antes que nadie sus creaciones, en el estado más puro, el más cercano a ella misma. Se la imaginó sola, ante su cuaderno, y a Lola y Manuel, los protagonistas, tomando vida en sus pensamientos.

Es difícil explicar ese momento de intimidad total que necesitaba para crear, esa especie de trance. Él había aprendido a buscar y a reconocer ese instante, lo empezaba a valorar por encima de muchas cosas, lo conocía bien, lo necesitaba. Se dijo que ella, probablemente, conocería esa intimidad también y eso lo hacía sentirse comprendido.

Cuando acabó la novela comprendió la dificultad de hacer brotar tanto de la nada, y sintió admiración por la escritora que nacía. En ese instante decidió que la ayudaría en todo lo que pudiera. Ayudaría a hacer volar esta cometa lo más alto posible en el cielo.

Quizá él nunca fuera capaz de tanto.

jueves, 7 de agosto de 2014

El parto

La sesión estaba programada desde muchísimo tiempo antes a las 7:34 de la mañana.

Desde poco después de las 7 él ya,  impaciente y nervioso, deambulaba por la inmensa y vacía sala de espera. Nadie lo molestaba, sólo algunas personas se lo cruzaban y, cuando lo hacían, les daba un escueto y rápido "buenos días".

Parecía que la cosa se atrasaría un poco,  pero a las 7:42 ya no podía aguantar más los nervios. Impaciente se puso a escribir algunas ideas con la intención de hacer pasar el rato más rápidamente. Pero sabía que en realidad lo que buscaba era recordar siempre el momento.

Los ojos puestos permanentemente en ella. No quería perderse ni un solo instante. Parecía como si el tiempo no avanzara. Nervios, expectación, esperanza.

A las 7:50 comenzó a preparar la cámara de su móvil, para cuando llegara y se produjera. No quería dejarse ni un solo minuto de los que se acercaban.

Pensó a quién llamaría primero, a quién ofrecería ese regalo. No todos los días se ofrece algo así, aunque tenía claro con quien quería compartirlo.

De pronto, a las 8:14 todo se paró. El parto parecía que no se retrasaría más. Levantó la vista y con una emoción contenida lo que vio lo cautivó,  se olvidó de todo y recordó el verdadero motivo que le había hecho estar ahora allí. Respiró y se calmó.

El sol, potente y poderoso, comenzaba a asomar imparable por entre las faldas de ella, la gran montaña, que dominaba desde siempre aquella impresionante sala de espera en la que había pasado la última hora, la playa. Todo había acabado, había ido bien, el parto llegaba a su fin, un nuevo día nacía,  y el sabía con quien iba a compartirlo.

martes, 5 de agosto de 2014

La playa

Un pie tras otro pie. Paso a paso. Echa la vista atrás y es entonces cuando ve las huellas que deja sobre la arena. Una arena húmeda, blanda, sin memoria.

Durante el paseo no pierde detalle de todo lo que ocurre. Mientras piensa en llegar a la gran duna, al final de la playa, contempla los cuerpos esbeltos con los que se va cruzando. Cuerpos jóvenes, torneados, "milimétricamente" esculpidos. Cuerpos bellos bronceados, atesorando juventud. Cachorros en estado puro.Además de esas masas casi perfectas, a su lado pasan otros, menos formados, más parecidos al suyo.

Si levanta la vista el paisaje que lo recibe es indescriptible. Al fondo el sol comienza a abrazar, casi sin que se note, la brillante azotea de la duna. El cielo azulado empieza a desangrarse en tonos anaranjados, pruebas palpables de la dura lucha por sobrevivir de la luz ante las mismas tinieblas.

Camina y camina sin parar, con un ritmo cansino, los pies salpicando gotas cada vez que una ola, perdida y valiente, besa su piel. La luminosidad que le rodea le hace sentirse parte de alguna pintura realista, de un cuadro viviente.

Ante él dos niños, con cubos y pala, construyen un efímero y delicado castillo, escenario de grandes y vívidas batallas. No parecen saber que su gran obra no vivirá para ver un nuevo día.

Mezclados entre la gente ve a "Waka Waka" y "Maiquel", probablemente ambos nombres falsos. Los dos son senegaleses o al menos eso cuentan. Ambos con una historia, con una familia rota por la distancia, lejos de su hogar. Son tan distintos a todos los demás, no por el color de su piel, o por su raza, sino porque entre tanta gente feliz, sus caras son las únicas que no se muestran alegres, y sí tristes, cansadas y preocupadas sólo por lograr una venta más que les acerque a sus sueños perdidos.

Éste sitio transforma a la gente. En su caminar se va fijando en cada cara que se le pone al alcance. Todos los rostros tan relajados, tan felices, nadie es aquí infeliz, salvo los dos senegaleses y sus otros colegas.

Como cada día pasa al lado de ese niño. Le recuerda tanto a sí mismo. Siempre lo encuentra en el mismo sitio, con sus padres. Se le queda mirando, observando sus piernas, su bastón, su cara. Es la viva imagen de la inocencia. Sin parar lo saluda con la mano y prosigue su camino.

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Como cada día a sus cinco años no se pierde el paseo. Su amigo llegará sobre las 8 de la tarde, lo saludará con la mano y seguirá su camino. Nunca han hablado pero, sentado en la arena, le gusta verlo pasar camino de la duna gigante. Cada vez que lo ve llegar, andando lentamente, la espalda encorvada por los años, las piernas entornadas , soportando la edad, y una rama a modo de bastón en la mano para no perder el equilibrio, se le queda mirando . La cara arrugada, anciana. Pasará a su lado, moverá la mano hacia donde él está y continuará su paseo un día más. Su amigo, el anciano caminante.

jueves, 31 de julio de 2014

El encargo

Sucedió esa misma mañana. Le pidieron una historia corta para saciar las ansias de lectura, para esa misma noche, para leer antes de dormir.  “Me gustan tus relatos. Y leer me apasiona”.  Eso fue lo que su nueva lectora le lanzó a la cara. No hizo falta decir más para despertar su interés, para que aceptara el desafío.

Presto a satisfacer los deseos de sus queridos lectores se dispuso, ocupado también en otros menesteres más mundanos, a reservar un trozo de sí mismo y le dio riendas sueltas para que imaginara, para que creara, para que hiciera brotar de la nada un jardín.

Pensó y pensó en un posible tema, le vinieron muchos, pero todos vacíos y carentes de sensibilidad. Pasaban las horas.Se desanimó.

Pero se obligó a seguir. Cuando empezó con esta locura de escribir se dijo: a escribir se aprende escribiendo. Y en ello está desde entonces. Es indispensable en esta aventura haber leído mucho, haber disfrutado y sufrido mucho con historias de otro. Pero llega un momento en el que eso se queda corto. Le gustaba leer, pero ya no le llenaba del todo, había un hueco siempre que llenar, un vacío que no se va con más lecturas, sino dando vida, imaginando, soñando para otros...

Perdido en estos pensamientos se acordó de sus musas, tan reales y cercanas algunas. Las llamó, una a una, pero ese día parecía que estaban todas ya de vacaciones. Ninguna quiso ayudarle en este reto que se le proponía, ninguna dispuesta a acudir a su súplica.

Y como siempre, como cada momento en el que se queda sin alternativas, desató el lado oculto que lo domina sólo cuando nadie mira lo que hace. Dejó volar su mente, en blanco, pero moteada por recuerdos, vivencias, ilusiones, fracasos. Ni siquiera este mecanismo le funcionó.

El pozo de la fantasía seco. Y esa sensación de necesidad de escribir y escribir, espoleada por el encargo del ímpetu mañanero de su impaciente lectora.

Escarbó y profundizó dentro de sí mismo cortando la conexión con sus sentidos, sólo quedó él y su cuaderno (tablet), su hoja vacía, su reto, su necesidad. Los ojos cerrados.

Y cuando levantó la cabeza pensó en como había llegado hasta allí desde la petición lanzada. “Ésta es la historia” se dijo. Se dio cuenta de que casi había cumplido con lo que se le pedía. Retocó, engalanó, corrigió. Dejó que trabajara el caminante…

Y aquí está el relato pedido, un relato atípico. Es el nacimiento frustrado de un cuento imposible. Con el deseo impreso de que sirva esta noche para saciar la sed de lectura.

lunes, 28 de julio de 2014

El espíritu burlón

Soy un espíritu de la noche, un duende burlón que te mira mientras duermes. Me gusta beber en las orillas de tu sueño, alimentarme de tus miedos, de tus deseos. De tus más inconfesables secretos.

Me paseo por tus noches como un ladrón, al acecho, siempre vigilante buscándote a ti. Me asomo dentro de tus realidades, de tus suspiros, y me acerco a ellos para hacerlos tan míos que hasta tú mismo olvidas donde nacieron.

Cuando despiertas sigo a tu lado, pero ni aún así eres capaz de adivinar mi presencia. A veces, juguetón, te acaricio suavemente el cabello o soplo sobre él sólo por divertirme, y consigo asustarte en tu ignorancia. Y entonces me siento casi explotar de placer.

Soy el que está cuando lloras, cuando ríes y maldices. El que te escucha las penas y aplaude tus locuras. Yo soy tu compañero cada día, cada noche, y estoy tan cerca que hay veces en las que dejo de ser yo para convertirme en ti. Me enamoro de tus amores, y los abandono cuando los olvidas.

Te susurro en el oído tantas cosas...

Hay quien me llama conciencia, voz interior. Pero no soy más que un duende burlón, sin remordimientos, al que no eres ni capaz de ver. Una criatura sin alma que se nutre de la tuya, que necesita tu calor para calentar sus entrañas.

Me escondo tras tus temores y, desde allí cómodamente sentado, contemplo todo lo que sientes. Me apasiono y me desilusiono contigo, porque sólo yo conozco quien eres.

Y todo lo hago por ti.

viernes, 25 de julio de 2014

Un recuerdo presente

Últimamente se notaba un poco alterado y bastante sensible con ciertos temas que hasta ahora habían reposado tranquilos en su cabeza.


Eran muchas las sensaciones que lo envolvían las últimas semanas, pero un acontecimiento especial removió el suelo que tímidamente lo sostenía. Fue una tarde, un reencuentro por whatsapp (tan presente ya en su vida) con una versión adulta de un recuerdo de catorce años. Desde aquel momento de descubrimiento virtual solía hacerse la misma pregunta, no entendía cómo era posible que después de tantos años sin ver ni hablar con una persona, apenas unas frases sin mirada siquiera de por medio, sirvieran de pegamento para dos vidas tan distantes.


Fue una sensación de transparencia lo que le recorrió, una necesidad de mostrarse tal cual. Una total y brutal confidencia. No tenía claro si la otra persona vivió lo mismo en aquel instante, era muy probable que no fuera así,  pero no pudo menos que abrirle una ventana para lo que necesitara, y prometerle que dentro de poco, si todo volvía al cauce del que no debió salir, le abriría también la puerta para que entrase en su vida para siempre.


Le ofreció lo que tenía, escuchar lo que quisiera contarle, sin juicios ni prejuicios. Le ofreció un lienzo en blanco en el que dibujar, en el que pintarse. Le prometió no darle estúpidos consejos a menos que se los pidiera.


Comprendía que ahora sólo era una foto unida a un recuerdo y a palabras que aparecían en una pantalla, pero algo dentro de él le decía que podrían volver a ser algo más, y eso le animaba a seguir explorando. Ambos se lo merecían.


Nota del caminante:
Sé que lees mis historias y que creíste encontrarte hace unos días en las palabras del caminante. Ahora estás ya en el diario, y tienes tu primera página en él. Quédate, no te vayas.

martes, 15 de julio de 2014

Soy el caminante

Yo soy el caminante.

Soy solamente una ilusión, una sombra sin nombre, un sueño, un recuerdo, un hombre sin sombra.

Sólo escribo lo que veo, y lo que cuento es mi historia y tu historia. Sólo soy el caminante. No soy nada sin tu compañía y sin ti mi diario es poca cosa, una rosa sin nadie que la observe ni perciba su olor, sin nadie que se clave sus espinas.

En mis noches flirteo con las musas. Me seducen, y yo las embauco. Las atraigo hacia mí para exprimir todos sus jugos y beberme hasta la última gota despacio, sin prisa. Se acercan confiadas y, cuando se inclinan frente a mí, las convierto en letras, palabras, sueños, sentimientos...

Entonces, aún con las manos y la pluma calientes, las consumo con ansia y luego, con sólo un hilo de vida, las dejo huir únicamente con la intención de que se recuperen, y poder volver a sacarles más sangre, otra historia, otro trozo de vida.

Sólo soy el caminante que se acerca cuando lo necesitas, el que buscas, el que encuentras sólo sin buscar. Estoy allí donde tú estés, donde quieras que te acompañe. Corro a tu encuentro si me llamas y, si no me llamas, es porque ya estoy junto a ti.

Búscate en mis historias porque es de ti de quién mi diario habla. Si sabes leer a través de él, si lo rompes y te asomas dentro, te encontrarás a ti mismo, porque estoy hecho de ti y soy lo que necesites que sea.

Soy el caminante. Éste es mi diario, éste eres tú.

jueves, 10 de julio de 2014

Carta desde Ashdod

Las 4:30 en el reloj del salón. ¿Es por la tarde o ya de madrugada? Tres días sin poder pegar ojo y mi cabeza ya empieza a estar algo confundida.

Una y otra vez la misma rutina. Suena la alarma, nervios, miedo, carreras con mi pequeño hacia la seguridad, hacia la salvación...No paro de salir corriendo, quince o veinte avisos al día. Sólo mi hijo en los brazos, correr.

No quiero que se preocupen en casa, pero estoy muy cansada, sin apenas ganas de hacer nada. Sólo quisiera huir, alejarme sin parar, no mirar atrás. Pero no puedo hacerlo, no voy a hacerlo. Mi futuro está aquí, lejos de todos, por mi hijo, por mí.

El ritmo de la guerra es implacable, insaciable. Sé lo que se acerca porque ya lo viví. Es como un lobo que acecha siempre, desde la oscuridad. Te mira, te estudia. Te persigue con su eterno son, alarma y bomba, alarma y dolor, alarma y...

A veces es tan precipitado que ni siquiera nos da tiempo de llegar al refugio. Sólo 15 segundos. Juntos, uno contra el corazón del otro, protegiéndonos bajo el hueco de las escaleras.

Normalmente se vive muy bien aquí, hay trabajo y la gente no suele meterse en la vida de los demás. Pero ahora estamos en guerra, y es agotador. Las calles están más vacías, aunque de momento todo sigue funcionando, la vida no se ha parado.

Mi cabeza no me deja dormir, alerta constante, miedo constante. Caiga donde caiga el horror, se siente cerca, se escucha al lado. Se clava dentro de mí.

Pero no me dejo vencer. Cuando veo su pequeña sonrisa siento que vuelo muy por encima de todo este caos. Y en este lugar su sonrisa se deja ver más veces que en el lugar donde tengo mis raíces. Por eso tengo que estar aquí, lejos de todos pero muy cerca de nuestro mejor futuro. Sólo somos él y yo, y toda la vida por delante.

Las 4:35 en el reloj del salón. La alarma vuelve a sonar. Agotador.

lunes, 7 de julio de 2014

Trece años

El viernes volví a ver a una gran amiga tras trece años de ayuno de amistad. Cuando por fin nos hemos encontrado no he podido evitar abrazarla con toda el alma, con el corazón en la mano.

Trece años y, al verla, he tenido la sensación de que sólo hemos estado separados trece horas. Mucho nos ha ocurrido por separado desde entonces. Han nacido ilusiones, se han producido desengaños, hemos despedido a seres queridos, les hemos dado vida propia a pequeños trozos de muestras entrañas...

A veces la vida nos hace tomar decisiones sin darnos cuenta. Un pequeño guiño del destino, cruel y bendito al mismo tiempo, y dos corazones que deberían haber permanecido juntos se distancian sin motivo aparente.

Dicen que la distancia es el olvido, pero quinientos kilómetros no han sido suficientes para hacerme olvidar, en estos trece años, todo lo que vivimos, todo lo que sentimos, todo lo que nos unió, todo lo que hoy nos une.

A su lado el niño que fui empezó a convertirse en el hombre que hoy creo ser. A su lado la infancia pasó a ser juventud. Los días eran continuo aprendizaje, una búsqueda eterna de la vida en sí misma. A su lado encontré el primer hombro verdadero en el que apoyarme. A su lado mi hombro fue, por vez primera, apoyo y sustento de penas y alegrías. Nos sobraban las palabras, bastaban miradas.

No voy a volver la vista atrás. No enterraré estos malditos trece años. No lloraré por los momentos, oportunidades y vivencias perdidas en el caldero del tiempo. Quiero mirar hacia adelante, coger con fuerza la cuerda que ha pasado cerca de mis narices y que finaliza, en el otro extremo, en los claros y añorados ojos de mi inolvidable amiga.

Lo más difícil ya está hecho, el primer paso dado, las manos nuevamente unidas. Ahora sólo pienso en no volver a soltar esas manos que pusieron tanto en las mías.

Para ti, siempre, mi beso y mi abrazo.

martes, 1 de julio de 2014

Las llaves del paraíso

Tú tienes las llaves
que abren y cierran esta cancela,
esta primavera, esta ilusión,
esta prisión, esta parcela.

Las llaves del reino
de mi pasión mas traicionera.
De mis días eternos,
de mis noches en vela.

Las llaves que nos encierran,
sólo si tú quieres,
en la sinrazón más placentera.
Las llaves que nos liberan
de mi cárcel de quimeras.

Tú eres la dulce luz
que eclipsa al sol que espera.
Que aguarda entre las sombras
a que coma el pan que me diera.
Tú eres la tiniebla que me mece
cuando la luz me ciega.

Y tienes en tus manos la fuerza
de una vida que se entrega.
Que se  regala con certeza
para llegar donde nada llega.

Tú tienes la llave de la vida,
de la luz y las tinieblas,
del amor sin compromiso,
la pasión con que me elevas,
las llaves del paraíso.

viernes, 27 de junio de 2014

Aquellos maravillosos años

Es curioso como funciona la mente del hombre. Lo mismo esconde o destruye pasajes para siempre, que atesora para sacar, en el momento oportuno, los más grandes y preciados recuerdos.

Durante años y años he almacenado tantas cosas encima de recuerdos tempranos, que ya ni siquiera pensaba que tendrían la más mínima oportunidad de recuperar el protagonismo que un día tuvieron.

Dicen los entendidos que el amor primero es para siempre. Que se graba en tu piel como una marca de hierro tostado al fuego, y que ya no te abandona, aunque intentes arrancarte las partes de tu propio cuerpo que quedaron bajo su hechizo. El primer amor es para siempre, pero también lo es la primera amistad.

Los primeros amigos, los primeros confidentes, mis primeros testigos, los más puros, sinceros y fieles. Los primeros compañeros del camino, cuando aún no sabes siquiera que existe un camino. Los que te han visto nacer mientras ellos mismos abrían los ojos a este miserable mundo. Los que comparten tus primeros recuerdos porque te ayudaron a grabarlos y son parte de ellos. Los que sólo guardan de ti lo bueno.

Durante años he vivido de espaldas a aquel pasado. Los cajones del recuerdo llenos, pero cerrados con llave. Dentro de ellos he conservado grandes momentos, poderosos e imborrables. He conservado pequeñas vivencias, casi insignificantes. He guardado historias de las que he aprendido, dolorosas y crueles, pero que son parte de mí y es por ello por lo que en sus momentos decidí que quedaran en la colección. Los cajones del recuerdo llenos, pero cerrados con llave.

Y un día se produce un pequeño milagro, un reencuentro. Y sin saber como, ese día todo sale de los escondites. Las jornadas de colegio, las tardes de comedor, las vueltas a casa en autobús. El patio de la palmera, las clases de gimnasia con una colchoneta, el salón de actos reconvertido en aula, escenario de mi querido árbol de Guernica. Los babys colgados en sus perchas, azules los nuestros, más claros los de ellas, todos con sus respectivos dueños marcados en forma de nombre: Lydia, Silvia, Susana, Marian, Mercedes, Loli, Manolo, Rocio, Francisco, Tamar, Carlos, Miguel Angel, Ángeles, Laura, César, Rosa, José Luis, Beatriz, Javier..., tantos y tantos nombres...

Y ese día, en el que todo vuelve a ser, miras tus manos y ya no adviertes el paso del tiempo por ellas. Quieres encontrarte ante el espejo pero, ya no estás, sólo ves al niño. Un niño que te empuja, que quiere salir a jugar con los otros niños de tus recuerdos, y que ahora están también frente a sus espejos queriendo jugar contigo.

Después de 25 años los lazos que formaron comienzan a hacer su trabajo, han comenzado a volver a unirlos de nuevo. El tiempo y la distancia recorrida cada vez se hacen más pequeños. Es el despertar de un viejo sueño. Todo reducido a una mirada, un abrazo, un beso. 25 años fundidos en un solo instante. Niños de 40 encontrándose, recordándose y ahora, ya por fin, "conviviendose".

Dicen que el primer amor nunca se olvida. Yo no os olvido a vosotros, mis primeros amigos, mis primeros confidentes, mis primeros testigos, los más puros, sinceros y fieles.

jueves, 29 de mayo de 2014

La gran oportunidad

Aquella tarde perdió su gran oportunidad.

Simplemente la dejó pasar, y lo supo en el mismo instante en el que cruzó la puerta dejando su alma atrás, en aquella habitación de un maldito hotel.

Años y años, día tras día, imaginando como sería ese instante en el que le confesaría todo lo que ella le hacía ser. Años y años, hora tras hora deseándolo, y en el último momento no fue capaz.

Ella era todo lo que necesitaba. Era su luz y su tiniebla. Su paz y su locura, su deseo y su desgana, su amor y su odio, la codicia, la bondad. Su deseo de vivir, su muerte lejos de su olor. Ella era todo lo que sentía, todo lo que quería, ella era todo lo que necesitaba.

Tan lejos de sus casas y tan jóvenes, aquella tarde él se creía fuerte. Capaz de atar por fin su corazón para siempre. Capaz de hacerle comprender que no era nada si ella no estaba, que nunca sería nada si no lo rodeaba cada día con sus brazos, con el caos de su pelo, si no lo miraba con esos ojos que tenía frente a él. Y fueron esos ojos, precisamente ellos, el motivo de su gran cobardía.

Muchas tardes han pasado desde aquella. Muchas horas, muchos días y años, y aquellos ojos siguen apareciendo en sus noches recordándole de lo que no fue capaz, recordándole todo lo que no consiguió, eso que tanto y tanto anheló.

A veces una foto le desgarra el alma. Un encuentro, casi siempre inesperado y breve, lo desarma durante semanas. Hay días que se sorprende pensando en ella, en como era estar a su lado, tocar su mano, robarle una mirada.

Sabe que aquella tarde, en aquel maldito hotel de playa, solo con ella en la habitación, no supo como vencerse. Aquella tarde perdió su gran oportunidad, simplemente la dejó pasar.  Lo supo en aquel mismo instante.

jueves, 22 de mayo de 2014

Carta de amor prestada

Una carta me pides, de amor, para más señas. Pero no sé si capaz yo fuera de volcar sólo en letras lo que siento en éste que siempre late como si tu nunca estuvieras.

Ayer buscaba un motivo, una escusa, una quimera, que me llevara a volver a verte y a hablarte como aquella vez primera. Rebuscaba y buscaba, más sólo una acudía a mi mente... Porque no puedo estar sin tu mirada.

Tu mirada de penumbra, que me llena, que me aguarda, tras las horas en vela que nos separan y nos alejan. No se vivir sin ver tu cara, porque no sería vida o acaso viviría pero en desgracia y rebeldía.

La luz que en Mayo con fuerza calienta tus suaves mejillas es menos luz cuando mis ojos con tus ojos miras. Y no atino ni a respirar con leve fuerza si te acercas con sigilo y siento tus latidos como si fueran casi míos.

Abre la noche de tu cintura. Abre tu noche, que me desvela.

sábado, 17 de mayo de 2014

Sueño de una noche de verano

El sol, herido de muerte, abandona lentamente su reino por unas horas. Trás la gran duna que lo domina todo la luz va perdiendo fuerza, la batalla va siendo dominada por la tibia oscuridad, como siempre ha sido.

La arena, más naranja que nunca, se refresca tras la dura jornada dejándose besar, una y otra vez insaciable, por el agua de un mar que empieza a parecer mágico.

El brillo de las viejas estrellas, que acaban de aparecer en escena, produce un efecto místico en la cresta de las olas que ya se acercan voluntaria e irremediablemente a su fin.

Los últimos bañistas, entre los que me encuentro, se resisten a abandonar el mundo acuático. Poco a poco se van alejando, dejando su sitio a varios pescadores y a sus cañas. En un momento el silencio y la oscuridad me envuelven, y me hacen sentir como si estuviéramos solo en el mundo, el mar, las estrellas y yo. No existe nada más.

La noche se va apoderando de todo. Hay pocas experiencias que estén a la altura de darte un lento baño de noche en las aguas de un mar de una playa casi virgen. Ésta en la que me encuentro lo es.

Solo, en el agua, medito. ¿Es esta simpleza de todo lo que llaman felicidad? Me despojo de mí, ahueco mi mente, me abandono... Y en este momento es en el que empieza a fluir todo. Comienzo a sentir justo cuando ya no siento nada.

Y en medio de este panorama, en mi real duermevela, un hilo de conciencia me avisa. Ahora estoy seguro. Mi visión no es un sueño, es un recuerdo. Una noche de verano que se grabó en mi mente y que revivo, cada noche, en la soledad de mi alma, que desea volver a aquel misterioso y añorado lugar.

jueves, 15 de mayo de 2014

...Y regreso

90 minutos de partido, 30 minutos de prórroga, 8 penaltis... Y otra vez la Gloria.

A la vuelta las maletas vacías, toca llevar todo por fuera. Y otra pegatina para añadir a la bolsa de viaje. Y más Gloria para el camino.

Las gargantas rotas, las almas al rojo, los corazones unidos en la distancia. Es hora de recoger, de guardar la experiencia y volver a casa, que la familia y los amigos esperan.

Poco a poco se desandará el camino pero el aire, el mar y la tierra continuarán con el tono rojizo sembrado hace escasas horas. Europa vuelve a ser roja y blanca una vez más.

Los 1500 kilómetros volverán a reducirse a 0. Turín quedará atrás, en el recuerdo, por delante Sevilla, y la Gloria.

Volved, volved rápido corazones sevillistas. No os entretengais que aquí os esperamos ansiosos más corazones como vosotros. Aquí estamos, aquí esperamos para volver a vernos, en nuestro Estadio, en nuestra Ciudad, con nuestra Copa.

martes, 13 de mayo de 2014

Partida...

Poco a poco la ciudad comienza a empaquetar su espíritu.

Como gotas de sangre roja, hirviente, comienzan a fluir miles de almas, de corazones. Atrás quedará un estadio, atrás quedará una ciudad, atrás quedarán otras miles de almas.

Las maletas repletas de ilusión, de esperanza, de convencimiento. Por fuera bufandas, todas rojiblancas, banderas, y pegatinas de otros viajes recordados, de no hace mucho. Viajes que reforjaron el orgullo, el carisma y el sentimiento de lo que ahora somos, de lo que nunca dejamos de ser.

El cielo, el mar, la tierra..., todo se irá tiñendo en las próximas horas de un color rojizo. Blanquirrojeará la pasión, como dijo el maestro. Al final de cada camino un mismo objetivo, Turín, que espera con una Sábana Santa la llegada de otra, tambien santa y mariana, que sostiene a un escudo, ya redondo, ya acorazonado.

Las familias se reparten, los amigos se dividen. Unos pondrán voz en directo al empuje y corazón que los otros formarán desde casa. Una afición ocupando 1500 kilometros de punto a punto, de cada alma a cada alma, unidas, conectadas.

Porque Sevilla le dio su nombre y para defenderlo le dio esta afición. Y lo defenderemos. Nunca caminará solo. Mientras un solo sevillista se encuentre en un estadio todos estaremos con él, todos cantaremos en él, y todas nuestras voces se oirán, como una sola voz. Todos nuestros corazones latirán como un solo escudo.

Sevilla ya parte hacia Turín y Europa sabe que cuando Sevilla está en una final no es para jugarla sino para ganar.